CUANDO HABLAMOS DE TEATRO DOCUMENTAL O BIODRAMA ES NECESARIO recordar que fue la compañía suizo-alemana Romini Protokoll, compuesta por Helgard Haug, Stefan Kaegi y Daniel Wetzel, la que abrió esta línea de teatro que trabaja con la materialidad de la vida real. Una metodología basada en exhaustivas investigaciones alrededor de una situación concreta y con actores que procesan sus propias biografías. Sus producciones son acompañadas de un sofisticado diseño, recursos audiovisuales y objetos. En las piezas coexisten diferentes modos de registrar la realidad y hacerla presente, como el video, la fotografía o la pintura, y a todos ellos se les va a añadir la escena. En muchas ocasiones, hacen las obras en escenarios poco convencionales, como un camión, la calle o museos.
Esta corriente ha tenido dos aventajadas seguidoras en Argentina, Vivi Tellas ("La bruja y su hija") y Lola Arias ("El año en que nací", "Campo Minado"). En Chile, la escuela se ha extendido a Ítalo Gallardo y Pilar Ronderos, de la compañía La Laura Palmer, con obras excelentes como "Hija de tigre" y "Esto no es un testamento".
Esta vez, "Nachlass" -en cartelera hasta mañana en el Espacio Nave, en el marco de Santiago a Mil- se trata de un proyecto individual del suizo-alemán Stefan Kaegi sobre la experiencia de la muerte. Antes pudimos conocer de él "App recuerdos", una instalación sonora y aplicación de teléfono que invitaba a seguir un audio-recorrido por distintos puntos en el centro de Santiago. En esta ocasión, como lo dice el subtítulo, es un teatro sin personas: solo conocemos las voces grabadas que se proyectan, además, en subtítulos en inglés o español, en espacios muy bien ambientados.
En un inicio, un anfitrión nos acompaña desde el hall del Espacio Nave para introducirnos por un pasillo oscuro al espacio central de la instalación, donde se nos informa que podemos ingresar en grupos de máximo ocho personas, cada ocho minutos. Desde ese momento, cada espectador elige su ritmo y el orden en que quiere visitar las piezas. En el cielo de la sala hay un mapa proyectado donde se registra, con luces, las muertes que están sucediendo en distintos puntos del mundo. Las luces se prenden y apagan a cada segundo, lo que no deja de ser sobrecogedor.
Se nos explica que la palabra alemana "nachlass" se refiere a legado, o bien, al patrimonio material e inmaterial que deja una persona que fallece. "Nachlass" es un intento de ser testigos no de la muerte en sí misma, sino de ocho personas que nos relatan sus preparativos para cuando ya no estén. Leyendo material de la obra sabemos que Kaegi y sus colaboradores pasaron dos años en centros de cuidados paliativos y hospitales, en laboratorios de investigación científica y funerarias, en hogares de ancianos y centros religiosos, entre médicos forenses, neurólogos y abogados. En el proceso encontraron personas que eligieron, por diferentes razones, prepararse para su fallecimiento.
La puesta en escena fue cuidadosamente diseñada por Dominic Huber y da ambiente a ocho espacios muy bien escenificados: una cama de motel carretero norteamericano, de un padre que sufre un problema congénito, y le deja a su hija su afición a la pesca y buenos recuerdos al aire libre. El despacho de una pareja mayor, con un incómodo pasado nazi, que desea dejar la vida juntos y a cuyo hijo en Brasil le dejan dinero para que los nietos estudien, exclusivamente, en Alemania. Un hombre musulmán que vive en Suiza y que desea ser enterrado en Turquía, para lo que repasa los ritos funerarios de su credo y prepara su ataúd de viaje. Una empleada de 90 años se pregunta qué historia contarán sus fotos, desplegadas por montones en una mesa, cuando haya muerto. Un hombre pronosticado con un cáncer agresivo nos relata su historia en el formato de teatro Lambe Lambe, con hermosas reflexiones sobre el cerebro, la función de la memoria, la trayectoria del deterioro cognitivo. Un paracaidista nos invita a ensayar su última caída libre. Una coleccionista de arte y mecenas de artistas africanos organiza una fundación que continúe su trabajo.
El experimento es interesantísimo, porque cada uno de los testimonios toca fibras distintas. Sin embargo, también hace patente las diferencias culturales en relación con la experiencia de la muerte. Para un espectador chileno estos relatos pueden resultar extraños y hasta inverosímiles. En cada uno de ellos se adivina una vida cómoda, el acopio de bienes y la práctica de pasatiempos a elección, y en especial, una falta de angustia económica y confianza del soporte médico en una enfermedad crónica, o el acceso a una eutanasia en un lugar digno. Es más, cada uno puede, con sus medios económicos, proyectar gastos póstumos, como un pasaje aéreo, una cuenta bancaria para los descendientes, una fundación de arte. Los relatos son racionales y calmados, una muerte del "primer mundo".
En cambio, en Latinoamérica, las dolencias crónicas o degenerativas, las enfermedades terminales y la vejez son condiciones que conllevan una serie de angustias, como el dificultoso acceso a medicina paliativa, la ausencia de una ley de eutanasia, las pensiones de hambre y la escasez de hogares de reposo cómodos y pagables. Y, además, las trabas y esperas en hospitales públicos o la "letra chica" en los programas de isapres y en todo el abanico de seguros hospitalarios y catastróficos, que significan un estrés económico. Quizás este es el punto que nos debería remover: que pertenecer a países con un estado de bienestar tan frágil hace que el derecho a una muerte digna, tranquila y planificada, cuando se necesite, sea una posibilidad exclusiva para unos pocos. Y, por otra parte, tenemos otra aproximación emocional al tema de la muerte.
Esta reflexión incómoda no es culpa del director suizo, que hace un trabajo sugestivo y bien logrado, sino de una posibilidad de diálogo que la misma obra abre al presentarse en países tan distintos. Porque morir en Chile también implica dejar un "legado" de deudas, de familiares -cuidadores dañados en su salud física y mental- de agonías martirizantes. Sí, esta pieza nos enfrenta a nuestra propia mortalidad, pero, también, a reflexionar que existen otras formas de agonía y muerte, otras formas de dejar un legado más feliz a las nuevas generaciones.