Llevan razón los políticos al preocuparse por la crisis en Carabineros. Sabios los que, entre tantos repartidores de culpas, llaman a comprometer soluciones. Hemos conocido casos de malversación (Pacogate), uso violento e innecesario de las armas (Catrillanca) y mentiras (los dos anteriores y Huracán).
Estaremos en problemas serios si los que tienen el monopolio de las armas para imponer el derecho roban, matan y mienten. Al erosionar su prestigio, Carabineros pierde buena parte de los cimientos en los que descansa su fuerza y su eficacia.
Los episodios deben ser castigados. Esa es tarea de la justicia. La política necesita diagnosticar cómo llegamos a este deterioro y cuáles son los caminos para recuperar el prestigio. No son muchas las balas en la nuez del revólver de las reformas. Carabineros no puede vivir reformándose; menos descabezándose ante cada episodio; así que más vale tener pronto un buen diagnóstico. La seriedad institucional de Chile no será la misma si seguimos cuesta abajo en esta rodada.
Una primera causa del deterioro es la corrupción. Parece no consistir, afortunadamente, en cooptación por el crimen organizado ni en el pago de dinero para que los efectivos dejen de cumplir con su deber, sino en desvío de dineros públicos a los bolsillos de algunos oficiales. El viejo y probado remedio de inyectar controles externos y transparencia requiere solo de adaptaciones especiales para este caso, pues las actuaciones y gastos de las policías necesitan cubrirse de cierta reserva. No se trata entonces de andar a manotazos, como se hizo al suprimir los gastos reservados; pero cabe confiar en que el debate racional en el Congreso del proyecto de ley ya en trámite nos lleve a buen puerto en esta materia.
Pero ni los procedimientos en Catrillanca ni en Huracán habrían sido mejores ni mejorarán con esos remedios. La enfermedad aquí es diversa. Trataré de diagnosticarla: Mientras el orden y el delito han pasado a ser la principal demanda popular a la política, Carabineros se ha hecho menos eficiente y eficaz para enfrentarlos. Los candidatos prometen disminuir la delincuencia, pero los gobiernos saben poco cómo hacerlo, salvo recurrir, una y otra vez, a aumentar la dotación de efectivos; aunque ya esté probado que más agua en esa sopa no mejora el caldo. Las viejas formas de patrullaje, prevención e investigación de Carabineros han quedado desfasadas ante las nuevas formas de delincuencia, sin que haya claridad en los métodos de reemplazo.
Las demandas hacia Carabineros crecen, pero, más importante, crece la transferencia hacia ellos de los episodios de fracaso al enfrentar la violencia y la delincuencia. Si ya es difícil lidiar con una sobrecarga de demandas y culpas, más lo es cuando no están claras las maneras de mejorar la respuesta. Estresados y confundidos, los humanos reaccionamos con torpeza y con violencia. Algo de eso, me parece, explica, no justifica, lo de Huracán y lo de Catrillanca. Hablo de una desesperación frente a la frustración; una que puede estar extendida, bastante más acá de La Araucanía.
"El problema es que Carabineros se mandan solos", se repite ahora con frecuencia. En mis cinco años como subsecretario del Interior recuerdo resistencias al cambio, pero ni un solo acto de desobediencia. Sí recuerdo muchas ocasiones en que ni el mando de Carabineros ni yo mismo sabíamos qué mandar, cómo ser más eficientes. Los procedimientos de Carabineros no han cambiado a la velocidad de la delincuencia.
¿Cómo se vigilan predios en La Araucanía? ¿Cómo se previenen portonazos y alunizajes? ¿Cómo enfrentar el cibercrimen? ¿Cómo se patrulla una población tomada por narcotraficantes, donde a los carabineros de quepis se les corre a peñascazos y frente a las tanquetas se sigue traficando como si nada? ¿Cómo se enfrentan las balaceras entre narcos en esos angostos pasajes? Muchas veces nos hicimos esas preguntas y no creo tengamos aún buenas respuestas.
"Somos del débil el protector", cantan cotidianamente los carabineros. Es difícil creerse ese cuento y confesar no saber bien cómo hacerlo. Los civiles sí podemos reconocer este déficit de ideas, que probablemente esté entre las causas de una crisis preocupante.