HAY QUE TENER CUIDADO CON LA POLISEMIA DE LAS PALABRAS AL BAUTIZAR UN LUGAR. Nada más, señores del nuevo restaurante de Bellavista, Polvo, vecino al hotel Castillo Rojo.
Polvo es un bar de vinos. Bellamente montado, con aires antiguos, como de pulpería. Amplio y bien atendido, su vocación va por las etiquetas novedosas, entre microemprendimientos, vinificaciones naturales, mezclas inusuales y -en general, porque por ahí hay un TH de una mayor- una selección harto inédita en la capital. Para no abrumar (algo que pasa cuando se exhibe, agotadoramente, toda la artillería), se concentran en unas treinta etiquetas por vez, con unas cuantas por copa (a precios muy razonables). Y ojalá sus
sommeliers sean todos como el que tocó esta vez, discreto (algo escaso en estos profesionales), poco pomposo (otro ítem al debe), que supo hablar lo justo (uf, esto sí que es inédito) y además muy informado, pero siempre incentivando el consumo del vino en concreto y no inflando su autoimagen a costa de la paciencia de uno. Que ayude y no se note, ¿es mucho pedir?
En este caso se optó por un interesantísimo vino naranjo ($3.000). Y por el Migrante de Montsecano, un tinto fresquito ($4.300).
En fin. El tema es que este sitio partió atendiendo en las noches y hace poco abren de día. Y no con su carta -que tampoco es tan extensa-, sino con un menú de dos opciones (a $11.000), que fue lo probado. Podrían avisarlo mejor en sus redes sociales, eso de que todavía están en rodaje. Molesta enterarse al ya estar sentado.
Las entradas, ambas magistrales. Una ensalada de zapallito italiano en finas láminas, con algo de queso de cabra y yogurt por un lado. Un medio tomate asado, con otros tantos cherry crudos, y unas manchas de palta, aparte de unos cuantos brotecitos. Maravilloso en su sencillez.
En los fondos, la cosa fue menos edénica. Un tuto grande de pollo feliz -entiéndase, criado sin estrés- en su punto, con trozos de zapallo asado. Sano y bueno. Ojalá que esto de evitar los plumíferos inflados y torturados se convierta en una necesaria moda. El otro plato era un pescado muy difícil, la jerguilla, porque es de un sabor intenso que va aumentando desde el mismo momento de su pesca. Bueno, este pez había pasado a pescado hace un rato. Y las papas, en corte de papa frita, pero que nos comentaron habían sido hechas al horno, resultaron como ocurre al combinar un corte con la técnica que no le va.
Para el final, un sorbet de chocolate y avellanas junto a una ensalada de frutilla y cedrón. Esto con un buen café y un té de bolsita, algo que no comulga mucho con el interés general por los bebestibles que profesa este lugar. Aparte, con el restaurante casi vacío, la demora total fue sobre una hora. Mucho.
Entonces: póngale un poquito más de petit verdot a la mezcla. O sea, para que entiendan en su lenguaje sommeleriesco, más estructura, señores. Y más nervio, por favor, porque el proyecto es buenísimo.
Constitución 187, 9 8440 2462.