HAY HARTO LUGAR PARA TOMAR CERVEZA, VINO Y DESTILADOS EN LA ZONA QUE RODEA A LA PLAZA ÑUÑOA, pero cuando se trata de privilegiar la carta de los sólidos, la oferta se comprime. Entre la chilenidad/hispanidad de Las Lanzas, las hamburguesas del Uncle Fletch y la peruanidad de Como en Lima, también destaca un italiano piola, bien atendido y con un patio interior veraniego (gran nogal, parece ser), sencillo en su decoración -con harta foto para la nostalgia- y certero en sus platos. Es La finestra, instalado donde vivió el Café de la Isla hace poco más de cinco años.
Bien en estilo trattoria (como para ponerse algo catete con el tema de la informalidad, como don Ruperto con los bistrots ), los precios son convenientes, el recetario es más bien casero (con sus finezas) y la pizza se hace allí mismo, por alguien que sí sabe (no el imberbe de turno en el local de cadena, que si le sale mal ni sufre). De la mano de este caballero, una pizza de cuatro quesos ($7.900), con esa salsa de tomate que tiene un dulzor que anuncia calidad. Algo irregular en su redondez, con ligero tostado en el borde. Ar-te-sa-nal y, por lo mismo, única.
Antes de la mentada pizza , un par de aperitivos. Un trío de arancinis ($4.900), unas bolas de arroz apanado, con distintos rellenos. Una, de carne y arvejas, es una de esas apuestas por lo sencillo que dan gusto. A la par, unas croquetas de papa ($2.500) que, para un ignorante (como uno, en este caso), lucen más bien como unas papas duquesas de lujo, rellenas con queso. Y sí: efectivamente en Nápoles (también en Sicilia, sopla Wikipedia) son y se sirven así. Entonces, fieles a su tradición, y ricas también.
Otro de los fondos, unos ravioles rellenos de zapallo (los Nonna Amelia, $7.800) con un toque de almendras, finitos de masa y hechos con mantequilla y salvia. Un buen ejemplo agridulce de una apuesta por la sutileza de este restaurante, al ofrecer tagliatelle al limón, ñoquis con gorgonzola y azafrán, o una pasta con queso y pimienta, la hogareña cacio e pepe (queso y pimienta, pues, obvio).
Para terminar, bien atendidos y por gente feliz, un tiramisú ($3.900) al que le faltó su cuota de mayor amargor. ¿O será que no les puede salir así?
Irarrázaval 3465, 2 2205 4502, Ñuñoa.