Sabemos que el cerebro está compuesto de dos hemisferios que cumplen funciones diferentes. El izquierdo, que se rige por las leyes de la lógica, es lineal, predominantemente verbal y asume la información en forma literal. El hemisferio derecho es sensible a las emociones y es más intuitivo y no verbal. Procesa la información de manera global. La mayoría de las veces que interactuamos con los hijos lo hacemos desde y hacia el hemisferio izquierdo.
El concepto educar con los dos cerebros es utilizado por Daniel J. Siegel y Tyna Payne B. en su libro "El cerebro del niño". Ellos plantean que: "No somos esclavos a lo largo de toda nuestra vida de la manera que nuestro cerebro actúa ahora: podemos realmente reconfigurarlo para ser más sanos y felices. Esto es aplicable no solo a los niños y adolescentes, sino a todos nosotros en cada una de las etapas de nuestra vida". Esta afirmación es muy verdadera, al estimular a un niño vamos desarrollando las diferentes áreas de su cerebro y, por supuesto, las nuestras. Cuánta capacidad de conexión empática es necesaria desarrollar para vincularse con los hijos cuando son pequeñitos y, a veces, la vamos perdiendo a medida que el niño crece.
Educar no es, según los autores, sobrevivir a las exigencias cotidianas, sino ayudarlos a progresar, entregándoles experiencias emocionales que los ayuden a convertirse en mejores personas. Y en el proceso de educarlos también nosotros como padres tenemos la posibilidad de convertirnos en personas que crecen emocionalmente en el desafío de ser cuidadores competentes. Los autores plantean que para educar bien, hay que tomar en cuenta los dos hemisferios y que no hacerlo sería como intentar nadar con un solo brazo. Por ejemplo, intentar razonar cuando un niño está ofuscado solo conducirá a que el niño se enoje más, a que el padre se frustre y la situación se convierta en una escalada de agresiones mutuas y una irrigación en las regiones de las emociones negativas, tanto de los padres como del niño. Si los padres hacen un esfuerzo de autorregulación y se conectan con lo que el niño siente, ambos tendrán no solo una mayor vinculación, sino que sus cerebros tendrán una mayor irrigación en la zona de las emociones positivas. Y para ello es necesario conectarse desde y con los afectos.