La inteligencia artificial es un fenómeno presente y va ganando más espacio en nuestras vidas.Por ejemplo, en las llamadas telefónicas que identifican la voz, en el mapa que ubica nuestra posición geográfica y rutinas de desplazamiento, o en el reconocimiento facial en los aeropuertos.
La cartelera de este año la iniciamos con una reseña al montaje japonés, "Sayonara", que incluía un androide en escena como cuidador de una persona enferma, y de esa forma ponía en jaque nuestra sensibilidad como espectadores frente a una imitación de enfermera que se desvanecía cuando la apagaban. Ahora llega "Réplica" -en cartelera en Teatro UC- de la dramaturga chilena Isidora Stevenson ("Hilda Peña") bajo la dirección de Francisco Krebs ("Fedra") y la coordinación de Javier Ibacache (ex director de GAM, crítico teatral, experto en audiencias), quienes logran una propuesta cautivadora y contingente. Como en otras ocasiones, me acompaña al teatro mi hijo de once años, que resulta ser un espectador ideal para el montaje, pese a que la edad recomendada es de más de 14.
Digo cautivadora porque nos propone entrar en un juego y caer en el acertijo o la trampa que se devela, sorpresivamente, hacia el final. Y lo hace, quizás, del mismo modo que los jóvenes, y no tan jóvenes, entran a un juego virtual o a una serie televisiva generando, posteriormente, una adicción. Y es una adicción al relato, a una historia que no cierra y deseamos completar. Así es como nos encontramos en un Data Center ambientado entre luces verdes eléctricas, como parte de la escenografía muy bien lograda por Pablo de la Fuente, en la que cinco desconocidos han sido citados. Poco a poco vamos conociendo las vidas de cada uno, y sus fantasmas. Están una investigadora en neurociencia (Paola Volpato), un facilitador de las nuevas tecnologías (Francisco Pérez-Bannen), una docente especializada en habilidades comunicativas (Patricia Rivadeneira), una terapeuta que promueve la desconexión (Ximena Carrera) y un
hacker tímido (Felipe Zambrano). Todos ellos, actores de trayectoria, como lo evidencian sus excelentes interpretaciones.
A medida que avanza la trama, los personajes pasan de la total desorientación a descubrir que están vinculados alrededor del caso de la desaparición de un joven adicto a los juegos de realidad virtual (madre, amante y profesora, amigo, terapeuta). Mi hijo me recuerda la reciente polémica en su colegio en torno al juego de "La Ballena Azul", que presionaba los jóvenes a cumplir peligrosas pruebas hasta autoeliminarse, que tuvo casos trágicos en el mundo y dos en nuestro país. La historia avanza en buen equilibrio entre la intriga y los conocimientos, aunque con algunos momentos más débiles en los que la información de libros científicos parece poco hilvanada dentro del texto dramatúrgico. Pero el argumento atrapa y evidencia la posible pesadilla de un programa de inteligencia artificial que sabe todo de todos. Conoce los recuerdos omitidos, los traumas olvidados, las contradicciones, ese "tejado de vidrio" que todas las personas tenemos. Y ahí está una voz automatizada enrostrándonos todas nuestras miserias. Estos momentos están muy bien acompañados por la composición musical de Alejandro Miranda y el diseño audiovisual de Marcello Martínez, pese a que, a veces, el sonido no permite escuchar claramente los textos de los actores, pero sumergiéndonos en el vértigo y la tensión de las escenas.
Esta obra muestra que la inteligencia artificial no es algo de un futuro lejano, sino que está aquí para mejorar nuestra calidad de vida, pero también para presentar desafíos. Desafíos que vienen escribiendo intelectuales como Yuval Harari, que encienden alarmas en problemáticas como el desempleo (trabajos que sería hechos, y de mejor modo, por máquinas, dejando a muchas personas cesantes), el exceso de información personal administrada en el Big Data y la manipulación de nuestras ideas por medio de algoritmos. En otras palabras, la inteligencia artificial conseguirá grandes avances en el campo de la medicina y aliviará trabajos tediosos, pero está el peligro de que pueda colonizar nuestras vidas.
La pieza crea en escena un nuevo programa de inteligencia artificial denominado "Réplica", que clona nuestra existencia duplicando nuestras elecciones y decisiones. De este modo, todo se vuele confuso, entre el original y la copia, para luego plantear preguntas trascendentales: ¿Qué es la conciencia humana y dónde radica? ¿Cuál es el poder de la ficción? Ficciones que han descansando en la religión y en los nacionalismos, y que explican la reaparición de líderes con relatos delirantes en varios puntos del planeta y su manejo del flujo de datos que generamos para potenciar sus discursos.
Este proyecto teatral entra con sagacidad alrededor de la ciencia y la tecnología, en ese espacio todavía nebuloso para los ciudadanos comunes y corrientes entre la neurociencia, la inteligencia artificial y el Big Data. Y, además, es acompañado por un excelente programa de mediación sobre inteligencia artificial que debería convocar a colegios y a jóvenes, pues ellos serán la generación que deberá enfrentar los desafíos de esta nueva forma de saber y de poder. Un saber y un poder que hace que mi hijo me pregunte al día siguiente, por ejemplo, si alguien conoce mejor que tú mismo tu corazón y tu cerebro. Ahí estamos a pasos de convertirnos en seres vigilados y vigilantes con categoría de "súper humanos", habitando una pesadilla que nosotros mismos creamos y que se nos escapó de las manos.