Es patente que para Orhan Pamuk la confianza que se conceda a un narrador en primera persona es compleja y esa complejidad lo induce a incorporar en la estructura de sus novelas algún componente que la cuestione. Una de las virtudes de la prosa de Pamuk es que, precisamente, gracias a su llaneza, consistencia, precisión y cercanía, introduce la sospecha, aunque sea solo respecto de algunos episodios y escenas, de que ese narrador es el autor hablando de sí mismo. Ello ocurre también en
La mujer del pelo rojo . Es claro, no obstante, desde las primeras líneas de este libro, cuando el narrador señala que quiso ser escritor pero terminó siendo ingeniero en geología, que se trata de un personaje ficticio, porque Pamuk quiso ser arquitecto y terminó siendo un célebre escritor ganador del Premio Nobel. Cien páginas más adelante el lector se entera, además, que el narrador se llama "Cem" y no "Orham", con lo que cualquiera duda sobre su identidad queda clausurada. Sin embargo, si no es Pamuk mismo y el narrador ficticio tampoco es un escritor, ¿cómo es posible que estemos leyendo un relato de su vida en primera persona en un libro escrito por otro? La mentalidad del lector contemporáneo, si bien más suspicaz que la del lector del siglo XIX, no suele hacerse esas preguntas y si el escritor es bueno -como sin duda lo es Pamuk-, logrando configurar un narrador verosímil en su mundo interior y lenguaje, se entrega confiadamente a la ficción, suspendiendo su incredulidad. A Pamuk parece interesarle mover el piso de ese lector y, así, en este libro introduce un capítulo final, en que cede la narración a otra voz -justamente a la mujer del pelo rojo- quien no modifica el argumento y los datos que ya conocimos por el primer narrador, pero la cual, en un gesto espectacular, informa que lo que acabamos de leer fue escrito, no por el narrador, sino por el hijo de ambos, un joven poeta acusado del homicidio de su padre, el anterior narrador. Es falso, lo sabemos, porque el escritor del libro no es Cem, el primer narrador ni Enver, su hijo, sino que todo es una ficción que sale de la cabeza de Orhan Pamuk, pero al toparnos bruscamente con este "giro" nos damos cuenta cómo, ya a esa altura tan avanzada del relato, habíamos bajado la guardia enteramente y caído en la celada de la ficción. Este capítulo, con todo, resulta un tanto innecesario y distractivo, una suerte de truco vistoso de un mago experimentado, porque desplaza la atención hacia el manido tema del "autor" como "padre" de la narración, cuando hasta allí el tema argumental permanente de la novela es la relación compleja y dolorosa entre padres e hijos, en cuyo aproximación Pamuk hace converger Oriente y Occidente en un mestizaje sobresaliente, reflexivo y tenebroso. No se trata de que la novela fracase por este injerto final, pero quizás este empalidezca los méritos de un ameno libro que había vuelto con vigor sobre un asunto tan antiguo como universal e inagotable.
Las 125 páginas iniciales de la novela -que reúnen la primera parte- son, a no dudarlo, lo mejor de esta obra, una narración vibrante, emotiva, que traslada al lector a un pequeña localidad en las afueras de Estambul, envolviéndolo en una atmosfera a la vez tensa y llena de promesas, cruzando los miedos y amenazas con los momentos de descubrimiento y euforia. Esas páginas soberbias relatan los treinta días en que Cem, el protagonista, pasa allí como aprendiz junto a Mahmut Usta, un maestro constructor de pozos, y aprende de él no solo ese rudo y mágico oficio consistente en extraer agua de la tierra seca, sino las dolorosas ambigüedades de la figura paterna, porque Usta considera y trata a su aprendiz como un hijo. Paralelamente a la descripción precisa y a la vez plena de resonancias de la factura del pozo -el cual demora angustiosamente en entregar su fruto-, Pamuk construye el vínculo entre ambos personajes con la maestría de su propio oficio, ya que el escritor también viene a ser como quien cava un pozo hacia las profundidades en busca de alguna luz. En medio de ellos, "la mujer de pelo rojo" aparece como el componente femenino de este trío, una actriz enigmática y de gran atractivo -representante de otro oficio antiguo- que proyecta sobre el lector su misterioso encanto. El pozo seco, la rústica, honesta y testaruda personalidad de Usta, las tribulaciones del joven Cem -no ha cumplido los 17 años-, sensible, tímido e irresoluto, las ligeras e insinuantes referencias a los mitos e historias fundamentales en Occidente y Oriente sobre padres e hijos que se matan mutuamente sin saberlo, hacen de esa parte del relato una novela de formación auténticamente memorable.