HAY TAN POCOS LUGARES AÑOSOS EN NUESTRA CAPITAL, QUE SITIOS COMO EL BIERSTUBE DEBIERAN ESTAR PROTEGIDOS COMO PATRIMONIALES. No es broma, señor alcalde. Porque por lo menos este lleva más de medio siglo vendiendo cerveza en un espacio donde caben poco más que veinte personas, con una decoración bien sui generis -su ya mítica colección de llaveros- y su carta de comida que no varía. Bueno, como dicen los gringos: si no se ha roto, no hay por qué repararlo. Y este bar con cocina no necesita cambiar.
Abunda la madera y la gentileza en un lugar donde es imposible no ser tomado en cuenta. No hay ni que levantar la mano para ser atendido, lo que ya hace algo hogareña la experiencia.
Para comenzar, crudo en canapé, de carne magra molida con algo de cebollita, servida en pan negro, una de las marcas de la casa. Con unas pinceladas de mostaza fuerte, y para adentro. También hay sándwichs en este tan saludable pan.
De los fondos, cuesta decidirse entre distintas salchichas, unas chuletas ahumadas y algún goulash por ahí. Por lo mismo, la opción fue una vienesa de chancho y vacuno, dampwurst ($8.000), acompañada de tomate, chucrut y tártara. A la par, la hamburguesa alemana ($7.500), que viene con el mismo acompañamiento y que -a simple vista- se percibe más como un par de albóndigas gigantes, un poquito fomes de sabor para quien ha sido educado con sobredosis de cebolla y cilantro. Pero así son, así que al que no le guste, que vaya al San Remo, donde las hacen más a la chilena.
De postre, unos panqueques. Y sin la cerveza bien servida del lugar, porque esta fue una experiencia en horas laborales. Pero para los amantes de una buena negra, décadas antes de las microcervecerías y las etiquetas
hipsters, este era el lugar de peregrinación. A presentar los respetos entonces.
Merced 142, Santiago. 2 26337717.