¡IMAGÍNESE UNA PICÁ -VERDADERA- INSTALADA EN CASA COSTANERA! Pocos tienen el talento de Barra Chalaca que, no obstante estar instalada en el Costanera Center (o sea, el Centro Costanera; practiquemos la estupenda lengua de Cervantes), posee ese aire abigarrado, algo desaliñado y confuso de un huarique peruano.
Pues bien, el Bistró del Hotel Courtyard no tiene aire de bistró. Uno quiere bistró y cocina de bistró. Quiere la "bistronomía" de que hablan hoy los parisienses que se hartaron, antes que los catalanes y sus imitadores por doquier, de servir sweet nothings pintaditas y mononas, que hubieran encantado a las
précieuses ridicules de la corte de Luis XIV. Este bistró ocupa un espacio alto y desangelado donde, el día de nuestra visita, había unos setenta oficinistas que producían una cantidad de decibeles casi incalculable (claro: paredes de concreto, altísimo techo...): fue un placer cuando se fueron todos, de vuelta a sus oficinas (¿por qué no los ubican en unos salones especiales que tienen y alivian al público?).
Cocina variopinta. Una excelente crema de zapallo ahumado ($6.900), con toques de romero, y una galleta de parmesano durísima, "quebrantamuelas". Una ensalada Bistró ($9.700) bien provista: cubos de atún, rebanadas de jamón serrano, queso de cabra, más las demás cosas usuales en estas ensaladas pero, en este caso, con un aderezo excesivamente dulzón. ¿Qué les habrá dado a los restauradores de esta plaza que todo lo japonizan con dulzores ubicuos y desatinados? Lo que en un plato japonés está bien, no tiene por qué estarlo en cualquier otra parte.
Sigamos. Un salmón en hoja amazónica ($12.700), en porción de tamaño más bien económico, cocido al punto que se pidió, pero que de amazónico no tenía más que la hoja de plátano en la que yacía: nos llegó sin siquiera el pesto de cilantro anunciado, que le hubiera dado algún interés -además del propio del pescado-; la escolta estaba compuesta de tiritas de pimiento y cebolla morada salteadas. Y unas baby back ribs in BBQ sauce (demasiado inglés para las riberas mapochinas) muy al estilo estadounidense, o sea, atrozmente dulces ($13.500). Venía con hartas papas fritas "rústicas", bien buenas, en una canastita de mimbre, como para comerlas a mano. Pero sin aguamanil para los dedos.
Postres. Una transparencia de naranja ($4.500), postre de naranja harto católico (un "semifreddo"), aunque con un dejo amargo poco sentador, y una "manzana": bola verde (al parecer de chocolate blanco teñido) perfectamente insípida, rellena con mousse de coco (con toda la incómoda textura del coco rallado; del coco, si se sabe usarlo, se aprovechan solo el sabor y el aroma) y una pizca de pastita de frambuesa y de "líquido de manzana" al centro. La partimos y dejamos tal cual en el plato.
Si quieren bistró, den cocina de bistró. Servicio empalagoso ("¿Todo bien? ¿Está rico"?): silencien a los mozos.
AV. Kennedy 5601, Las Condes.