LA CEGUERA ES UN UNIVERSO INTRIGANTE. EN UN MUNDO DOMINADO POR EL SENTIDO DE LA VISTA, despiertan curiosidad las personas que se mueven sin la posibilidad de observar el exterior. La pregunta por las imágenes que circulan en la mente de quienes tienen visión parcial o ceguera total, o bien el proceso de pérdida de la visión, ha originado libros poderosos. Ahí están "Ensayo sobre la ceguera", de José Saramago; "Sangre en el ojo", de Lina Meruane. En esta oportunidad, el tema llega a las tablas con la pieza "Molly Sweeney", del dramaturgo irlandés Brian Friel, que se basó en el libro de Oliver Sacks, "Un antropólogo en Marte".
La historia se inicia con cierto código de los cuentos de hadas para introducirnos en la historia de Molly (Alessandra Guerzoni), ciega desde su primera infancia y quien ha construido una vida plena en la oscuridad junto al apoyo de su padre. Imágenes de olores, plantas y sonidos acompañan su niñez. Molly, luego de adulta, es amada por su esposo, Frank (Carlos Ugarte) y cuidada por un médico, el Dr. Rice (Diego Casanueva). Y son ellos, como videntes, quienes le imponen someterse a una cirugía para recuperar la vista. La operación tiene relativo éxito y esta mujer debe aprender a habitar una nueva dimensión. Una dimensión a veces demasiado estridente, a veces enloquecedora. Todo es confuso y caótico. Sus paisajes internos cambian, se siente invadida por exceso de estímulos, y sobre todo, ya no es ella. Vemos que en esta intervención quirúrgica está impuesto el deseo del médico por tener éxito en un período de crisis amorosa, ha sido abandonado por su esposa, y la falta de reconocimiento de sus pares. En el caso del marido, pareciera ser otra buena causa que abrazar, como ya lo ha hecho con Etiopía, las mariposas en extinción y otros dispersos motivos.
La pieza es dirigida por Omar Morán, un director que viene labrando una interesante carrera con destacados montajes de autores contemporáneos y escenografías dinámicas (Spregelburd, Bernhard, entre otros). Recordamos en especial su logrado montaje "Perro suelto". Esta vez la tarea no es nada fácil: manejar una dirección que contempla el mundo de los videntes y el de los no videntes. Para los videntes están los evocativos apagones que nos sumergen en una introspección que nos invita a experimentar el mundo de los ciegos. Y luego están las imágenes cromáticas proyectadas en los muros o los filos de luz que sugieren el modo de ver de la protagonista.
Un universo que se recrea con sugerentes efectos en la escenografía diseñada por Rocío Hernández, una de las deslumbrantes escenógrafas con apuestas ambiciosas y llenas de efectos (ya se ha lucido en montajes como "Comida Alemana" y "Estado Vegetal", entre otros). En esta ocasión maneja una serie de elementos para lograr dar belleza y emoción a una experiencia sensorial. Por otra parte, sabemos que para el público no vidente hay audífonos con narraciones, un maniquí con las formas de los actores. Y, finalmente, para ambos públicos está la interpretación de la Orquesta Nacional de Ciegos y las voces en off. En este sentido, es una verdadera apuesta por la inclusión, no desde la compasión por los sujetos de estudio, sino tomándolos como verdaderos aliados que nos ayudan a conocer sus particulares talentos y modos de vida. Sin embargo, la obra a veces es reiterativa, y quizás veinte minutos menos beneficiarían la propuesta.
Todo esto es acompañado por voces en off, y los monólogos de los personajes, que rara vez hablan entre sí, dan vida a un texto muy poético. Y, también, el texto que va más allá e instala preguntas por la normalización de la diferencia. Quizás la pregunta central que plantea Friel es sobre la cualidad de la vida: ¿estaba Molly mejor en la oscuridad que comprendía o en la oscuridad en la que se sumergió cuando constantemente luchaba por construir el sentido de lo que veía? Molly, al perder su condición de ciega, pierde el sentido de sí misma, y ese angustiante proceso interno está muy bien desplegado por Alessandra Guerzoni, quien se merecía un rol protagónico hace tiempo dado su talento y búsquedas. Además, es interesante verla en la tensión entre su marido y el médico experto, ambos, representantes de las cuestiones de la razón, el narcisismo y las estructuras. Molly, en cambio, nos conduce por el ascenso y caída de las emociones. Por una vida auténtica y propia.
El montaje de este "Molly Sweeney" nos muestra otra forma de trabajar la discapacidad, un proyecto integrativo y novedoso. Y, al mismo tiempo, no se queda solo en el universo de la ceguera, sino que nos invita a reflexionar sobre esa otra dimensión, también, intrigante, la íntima complejidad de la identidad individual. Una recomendable experiencia sinestésica.