No hay peor forma de falsificar la historia -y a sus protagonistas- que alterar su significado.
Es lo que ha hecho el Presidente Piñera -falsificar la historia- al celebrar con la derecha el plebiscito de hace 30 años.
Se trata de una falsificación porque lo que el Presidente Piñera elude recordar, la verdad que calla, y al callar disfraza y falsifica, es que la derecha, la misma en la que se emboscan aquellos a los que en su primer mandato llamó "cómplices pasivos", no quería, por múltiples razones que entonces sentían sinceras, recuperar la democracia, no deseaba alcanzar lo que ahora en La Moneda celebraba. Al contrario, la derecha quería continuar la dictadura, solo que travestida en un raro régimen político que daba el poder a Pinochet por otros ocho años. Incluso hubo quienes se habían atrevido a inicios de los ochenta, sin ningún pudor intelectual o político -como el exministro Carlos Cáceres y Pedro Ibáñez-, a sugerir limitar el sufragio universal porque, argüía Cáceres, la regla de la mayoría servía tanto al marxismo como a la democracia liberal.
No todos en la derecha llegaban a esos extremos; pero todos apoyaban el Sí.
La opción Sí significaba que Pinochet continuaría gobernando otros ocho años; que la Junta Militar retendría la función legislativa por casi un año más; que la competencia política excluiría a los partidos de orientación marxista; que la impunidad estaría del todo garantizada y el debate público limitado.
¿En qué sentido puede entonces afirmarse que tanto quienes votaron Sí, como quienes lo hicieron por el No, participaron de la recuperación de la democracia?
En ninguno, salvo que se falsifique la historia (y quienes participaron de ella se falsifiquen a sí mismos).
Por supuesto, nada de lo anterior significa afirmar que hoy día la derecha no crea en la democracia o que sus miembros, al menos la mayoría de ellos, no adhieran sinceramente a ella o no hayan contribuido a consolidarla. Pero todo eso es muy distinto a sostener que hace 30 años, en el momento que por estos días se conmemoró, hubieran luchado o participado en su recuperación. Porque la verdad de los hechos -si es que a esta altura la verdad fáctica importa- es que hicieron exactamente lo contrario: apoyaron durante 17 años la dictadura, elaboraron alambicados argumentos para sostenerla ideológicamente, eludieron durante todo ese tiempo e incluso en democracia, condenar sus crímenes y a la hora de decidir si Pinochet, el dictador, debía o no continuar, salieron a la calle con entusiasmo a gritar que Sí, que Sí, que por favor continuara, que la democracia se postergara, que una porción de chilenos quedara al margen por motivos ideológicos, que la Junta Militar no quedara desempleada tan rápido, que Pinochet, con su perla en la corbata, su sonrisa remendada y sus culpas a la espalda, por favor continuara.
Sí, tres veces sí, decían.
Y ahora resulta que no, resulta que hace 30 años, cuando votaron Sí estaban, en realidad, queriendo recuperar la democracia.
¿No es escandaloso intentar una falsificación de ese tamaño?
No es malo cambiar, incluso es virtuoso; se trata de una espléndida muestra de la plasticidad que es capaz de exhibir la inteligencia humana. Lo malo es falsificarse, mirar hacia atrás y pretender que se fue otro, que las decisiones que entonces se adoptaron eran en realidad formas encubiertas de promover lo que ahora ha ocurrido, que se fue un agente involuntario (como Judas lo fue de la revelación) de la democracia.
La derecha al abogar por el Sí hace 30 años quería alargar al menos por otros ocho años la dictadura, si bien atenuada. Decir que quienes hace 30 años abogaban por el Sí participaron en la recuperación de la democracia por el hecho de que concurrieron a votar Sí, es absurdo. Es como sostener que quien intenta estafar a otro contribuye a la justicia de este mundo porque crea una oportunidad para que el juez la ejerza al sancionarlo. Es lo que pudiera llamarse la falacia de Judas: Judas sería el cristiano ejemplar porque habría dado oportunidad a que Jesús se revelara en su divinidad.
Es razonable y es comprensible que el Presidente Piñera falsifique el sentido de lo que ocurrió hace 30 años (el cálculo lo obliga a edulcorar la memoria); lo que no es comprensible, tampoco muy digno, es que la derecha y algunos de sus líderes, que entonces apoyaron con sinceridad el Sí, den la espalda a sí mismos y consientan en silencio que se los falsifique.