LA OBRA "LECCIÓN DE BAILE", DEL DRAMATURGO NORTEAMERICANO MARK ST. GERMAIN, presente recientemente en la cartelera local con "Relatividad", llega a Chile -estará en cartelera en Centro Mori Vitacura hasta el 25 de noviembre- dentro de la oferta de un teatro comercial, más asimilable y masivo, que viene respaldado por premios, con temporadas exitosas en Broadway.
Lo distintivo de estas "clases de baile" es que son entre dos vecinos que se ignoraban hasta que uno de ellos toca la puerta del otro. Ella es una bailarina lesionada y él, un destacado profesor de geofísica con condición Asperger que necesita clases de baile para sortear un compromiso social. En ese punto las asociaciones son inevitables. Primero, con la obra local "Gladys", de Elisa Zulueta, en la que Catalina Saavedra interpretaba espléndidamente a una mujer con esa condición que regresaba a su casa en medio de una fiesta con toda su inocencia y devela una serie de secretos familiares. Y, luego, recuerda el baile entre personas con condiciones especiales en la película "Perfume de mujer", de Martin Brest, con ese agraciado tango entre un Al Pacino ciego y una joven Gabrielle Anwar.
"Lección de baile" no supera las menciones anteriores, pero se defiende con encanto. Lo mejor de la pieza es la interpretación de Cristián Campos en su rol de genio con condición Asperger, que resulta verosímil y distintiva al observar sus movimientos espásticos, intervenciones desadecuadas y excesiva honestidad. María José Prieto tiene menos experiencia en el escenario, si bien su físico es acorde al de una bailarina profesional, le faltan los matices para dar forma a esta mujer solitaria y arisca.
La historia comienza cuando David toca la puerta con una propuesta curiosa: pagarle por una hora de clases de baile una cifra estratosférica, para desenvolverse bien en la cena en su honor, donde posiblemente tendrá que bailar. Eso suena normal, pero no para él, pues no soporta el contacto físico dada su condición Asperger. Ella recibe la oferta cuando pasa por un momento crítico de su vida: una lesión amenaza con el fin de su carrera como exitosa bailarina. Su primera reacción es rechazarlo.
El síndrome de Asperger dejó de ser invisible y ha pasado a la agenda pública, se discute en espacios ciudadanos y de expertos, y abre las preguntas por los misterios de mente y la inclusión social. Además, interroga los códigos de nuestra convivencia. Porque si bien es una discapacidad social, que hace que la rutinaria interacción social sea difícil, también en un punto denuncia las apariencias o la omisión en las dinámicas humanas. Y, por otra parte, se mueve entre las luces y sombras de la personalidad: el personaje pierde el control frente al contacto físico, pero al mismo tiempo hace lúcidas observaciones y cálculos. Y, además, muestra un generoso corazón. Su actuar genera ternura, risa y compasión.
La pieza, en clave comedia, presenta con humor los desencuentros o malos entendidos entre esta bailarina deprimida, que pasa los días en reposo tomando medicamentos y consumiendo alcohol y comida chatarra, y el genio loco que necesita aprender unos pasos de baile para salir airoso de su compromiso. La interacción entre ellos es difícil, pero va cediendo y dando pasos a nuevas sensaciones y aprendizajes. Ella, irritable y frustrada, se sienta cuidada y sorprendida. Y el profesor raro que nunca ha mantenido una relación adulta con una mujer, comienza a tomar conciencia de su sensualidad y de su capacidad de enamoramiento, o más bien, de superar en algo su fobia a los otros. Pero luego la obra decae en su afán de final feliz. Se extraña algo de pausa para detenerse en las entrelíneas de estas dos vidas desajustadas. No resulta verosímil que tan rápido se conviertan en una pareja feliz y plena; haberse quedado en esos pequeños hallazgos y reveses hubiese sido mucho más sugestivo.
Esta obra es la tercera experiencia en dirección de Aranzazú Yankovic, cuyo mejor logro hasta el momento ha sido "El cómo y el porqué". En esta ocasión falta una apuesta más personal, la escenografía es algo estándar y meramente decorativa. No hay, por ejemplo, la búsqueda por explorar visualmente la mente Asperger. A nivel del texto, si bien se identifican giros locales, dan ganas de haber reescrito el tercio final de la trama con esa vivencia en nuestro país. Un final feliz que supone un espectador muy ingenuo para pensar esta personalidad exuberante con alma de niño que incomoda. Porque si estamos en la esfera del arte, el Asperger ofrece una alegoría más allá de sus víctimas/padecientes de carne y hueso: un funcionamiento social sin tanta moral ni conductas sociales reprimidas. Salgo con gusto a poco, lamentando que el teatro comercial tienda a pecar de ser autocomplaciente, pero esa soy yo, la mayoría de la sala ríe y aplaude con entusiasmo.
"Salgo con gusto a poco, lamentando que el teatro comercial tienda a pecar de ser autocomplaciente, pero esa soy yo, la mayoría de la sala ríe y aplaude con entusiasmo".