Si el diablo no mete la cola en el último minuto, debiéramos tener una ley consensuada de salario mínimo plurianual. La primera en que se alcanza un acuerdo entre la mayoría del Congreso y el Gobierno, luego de confrontar posiciones que parecían irreconciliables. El debate fue áspero. No recuerdo el ejercicio de un veto presidencial confrontacional desde el regreso a la democracia.
El mismo Presidente que al asumir, hace un semestre, se comprometió a volver al "gobierno de los acuerdos", y que para ello se arropó en la figura de Aylwin como su modelo, dio la semana pasada una entrevista en este diario en la que no solo pauteó a la oposición acerca de cómo debía comportarse, sino que además terminó acusando a parte de ella de tener una actitud "antipatriótica", un término que no recuerdo haber escuchado desde el eclipse del pinochetismo. ¿Alguien imagina un discurso más eficaz que ese para generar fricciones?
Es cierto que el Presidente se inició con una oposición áspera del Partido Socialista, pero los restantes partidos se sumaron al redil de la confrontación con no poca motivación desde La Moneda.
Siempre un Presidente padecerá la tentación de recordar el apoyo con que resultó electo y victimizarse porque la oposición -que cuenta con votos de tanto valor como los suyos- hace su tarea. Siempre estará también el coro que aviva la cueca de la reyerta. Los azuzadores de la rosca lograron un triunfo no despreciable cuando instalaron la idea de que los acuerdos políticos eran oscuros y cupulares. Al crispar el ambiente, también aportan significativamente los que se perciben a sí mismos como buenos, disparan ofensas morales contra los políticos y endiosan a los movimientos sociales. Entre quienes así encrespan el ambiente político, resulta difícil a los cuestionados representantes del pueblo llegar a acuerdos que ciertamente algún grupo descalificará como cupulares, elitistas y oscuros.
El problema es que sin acuerdos no hay leyes ni políticas de Estado que reaccionen a los imperiosos desafíos que enfrenta un Estado viejo y cansado. Las reyertas políticas, que tanto despiertan el interés de los medios, no serán recogidas en los libros de historia, sino como críticas a una generación que no supo de realizaciones. Podrán contentar por un rato a los convencidos, pero solo frustran a la gran mayoría.
Es gris esto de los acuerdos. Toman muchas horas fuera de los focos que prefieren cubrir las peleas. Su rasero es la desprestigiada medida de lo posible, mientras al lado alguien se planta un discurso testimonial en que se alaba a sí mismo por tener posiciones moralmente intransables. Paciencia. No hay otra. La única política realizadora es la que los alcanza. El testimonio moral tuvo su hora de gloria en la lucha contra la dictadura. Hoy, en política, es vanidad o infantilismo.
En un semestre, el Presidente que llegó a La Moneda prometiendo el retorno de la política de los acuerdos amenazó con instalarse en la arena de las descalificaciones. El acuerdo en materia de salario mínimo le permiten a él recordar lo que quiso ser a la hora del triunfo y a la oposición exhibirse distante del obstruccionismo del que se le acusa. ¿Hará primavera esta golondrina? Solo cabe cruzar los dedos para que así sea.