CUESTA ENCONTRAR ESTACIONAMIENTO cerca de esta buena panadería de barrio, pero vale la pena intentarlo, tanto por la experiencia gastronómica como por conocer una tienda de barrio a la antigua, cosa que hoy ya casi "no se merece"... Aunque, si sigue el renacimiento de panaderías, emporios y oficios (zapateros, carpinteros, etc.), puede que cambie la calidad de vida en este Santiago atroz.
Por lo general, uno va directo a lo que sabe que es la "prueba de amor": el pan de masa madre y, cuando las hay, las baguettes. En el caso del primero, nos encontramos con uno que es perfecto en aspecto, textura y sabor, con ese exterior durito y crujiente, y el sabor con ese muy discreto ácido que tiene este pan cuando está bien trabajado y cocido. Las baguettes, en cambio, aun siendo un buen pan (lo compramos en el momento en que salía del horno), carece de esa cascarita o costrita quebradiza típica de este pan francés, que es lo que lo hace único. Uno se pregunta ante lo que son, al parecer, dificultades técnicas de hornos y máquinas: ¿por qué no intentar, en vez de ellas, unas perfectas marraquetas, que tienen tantas virtudes como las baguettes, y que se suelen dar tan bien entre nosotros? ¡Una marraqueta de barrio, crujiente y liviana! ¡Qué distancia con las marraquetas "industriales", fabricadas por quienes, parece, jamás han comido
the real thing!
Es curioso que en estas nuevas panaderías artesanales se prefieran panes extranjeros. Pero, en este caso, debemos decir que la italiana chabata, aunque en formato enorme y no de "pantufla", como es lo tradicional en Italia, estaba buenísima, con cubierta crujidorcita y poca sal, que es lo que se pide.
El pan "de campo" no nos convenció: masa demasiado fina, casi como de brioche, aunque con mantequilla resultó muy bueno. La misma masa, pero con aceitunas, en cambio, es de lo mejor que hemos comido en estos recorridos: un aroma claramente presente, pero fino, a aceituna. Delicioso. Los bollos, hechos con masa similar (probamos uno con queso y tomillo y otro teñido con betarraga), no destacaron, sin embargo.
El rasgo de la finura apareció de nuevo en los croissants y en las tartas y otras masas dulces. El croissant, perfecto, y el relleno con cremita de almendras, una delicia. El hojaldre en forma triangular con relleno de chocolate, admirable, mucho mejor que los pains au chocolat que suele uno encontrar por ahí. En cuanto a las tartas, admirables también: la de chocolate, cubierta con una capa crujiente, es excelente; y lo es también la de chocolate blanco y maracuyá, con este sabor desprovisto de la estridencia gustativa que es corriente en otras partes; la tarta de cheesecake con frambuesas, muy buena. Fomecita, eso sí, la de arándanos (¿habrá algo más fome que un arándano?). El queque de plátano, buenísimo, discretamente perfumado.
Balance: muy buena panadería.
Condell 1097, Providencia.