Todos estamos conscientes de que las experiencias emocionales vividas en los años de infancia marcan los recuerdos de las personas y definen su personalidad. Muchos buenos recuerdos y la presencia en la niñez de personas con quienes se compartió buenos y malos momentos pueden hacer la diferencia en la forma en que se vive y se recuerda la infancia.
De una buena infancia queda una sensación de nostalgia, con recuerdos que se graban en la memoria emocional. Quedan registrados pequeños placeres, como el olorcito a queque y a pan amasado de los días sábado, los paseos con la familia extensa, la complicidad con los abuelos, las vacaciones, los ritos familiares, así como también los eventos dolorosos, como separaciones, peleas entre los padres, duelos y enfermedades.
La sensación de haber tenido vínculos seguros, de sentirse cuidado, acompañado y querido por las figuras significativas permite un apego seguro. Muy diferente será la sensación de quien se ha sentido poco querido o aceptado por sus padres o de quien se ha sentido insuficientemente cuidado o acompañado. Cuando las relaciones son nutritivas se produce esa conexión misteriosa que reconocemos en el amor entre padres e hijos.
Todo lo que se vive en la infancia está presente en la forma que cada cual enfrenta su realidad, en la forma que establece los vínculos afectivos, en cómo enfrenta su vida laboral y en cómo se percibe a sí mismo.
Siempre me ha dado muchísima pena aquellos niños que no han tenido la suerte de una infancia con vínculos seguros, que han vivido el desamor, que se han sentido abandonados y mal queridos. También me surge un poco de rabia cuando oigo quejarse a niños privilegiados por pequeñeces y siento que les hace falta un baño de realidad para que evalúen lo afortunados que son. Conectarse quienes tienen menos y con lo injusto que eso puede llegar a ser es una forma de reestructurar la manera de vivir la realidad y de sentirse agradecido por la vida. Se trata de lograr una conexión empática con quienes tienen menos, sin sentirse culpable, pero que abra el corazón a la preocupación por los otros.
Expresar amor a los niños a través de la compañía, el cuidado y los gestos es permitirles tener ese gran regalo que es el recuerdo de una infancia feliz.