Llega poco de la literatura rumana a Chile, pero lo que llega es poderoso.
Tanto
Los Príncipes del Antigua Corte , de Mateiu Caragiale, como
Zogru , de Doina Rusti, ambas traducidas estupendamente por Sebastian Teillier y editadas por Descontexto, ofrecen una ejemplo de vitalidad, arraigo histórico, imaginación arriesgada y atractivo e inusual sentido del humor.
La trama de esta novela la ubica de lleno en el mundo de las narraciones fantásticas. Un ser sobrenatural, de un género ignorado, ni demonio ni ángel ni fantasma, que ni él ni los lectores saben de dónde viene y a qué viene a la tierra, nada más que una voz, una conciencia descarnada, sin cuerpo propio, salvo una gelatinosa materia verde fosforescente, aterriza en una pequeña aldea rumana, cercana a Bucarest. Como carece de cuerpo, para hacerse visible y actuar de algún modo, este espíritu llamado Zogru necesita entrar en el cuerpo de un ser humano. La novela narra, en una suerte de parodia del
Orlando , el largo periplo de mas de 500 años de esta alma vagabunda desde su primera encarnación hasta su liberación y ascenso final.
La vida errante de Zogru tiene varias limitaciones que el lector va conociendo lentamente a medida que las peripecias de este peculiar héroe se van desplegando: solo puede habitar un tiempo limitado en un cuerpo ajeno a riesgo de matar a su vehículo humano; tiene una energía vital que cuando se agota lo fuerza a pasar décadas de descanso bajo la tierra, la cual lo recarga; su energía esta arraigada al territorio de Rumania y al pueblo rumano, de modo que la posibilidad de viajar y alejarse de su país y de su gente es muy complicada y escasa; hay cuerpos que le son inaccesibles y otros lo expulsan; la madera y el agua pueden absorberlo y debilitarlo y, sobre todo, está sometido a emociones humanas importantes como la humillación, el terror, la culpa y el amor. En los hombres y mujeres por los que pasa se entera de su mundo interior y mientras está en ellos los controla parcialmente y puede dirigirlos según su voluntad, lo cual da origen a confusiones de deliciosa comicidad. En general, salvo por el pequeño detalle de carecer de cuerpo y de su constante errancia de un ser a otro, Zogru se asemeja a un hombre, dotado de una cierta identidad: es un espíritu bondadoso, trata de ayudar a las personas que son víctimas de injusticia y necesidad, siente remordimiento y culpa cuando causa un daño, es enamoradizo, curioso, caprichoso, divertido, tiene un lazo poderoso con su país e, incluso más, con la localidad donde surge y con las familias y los personajes que conoció con ocasión de su primera encarnación, a cuya descendencia sigue o con la que se tropieza a lo largo de los siglos. Casi podría decirse que Doina Rusti concibe su personaje fantástico como una ironía de la figura del pequeño burgués pueblerino incapaz de salir nunca de la aldea natal y de rebasar el ámbito de su circunstancia original. Por mucho que pueda entrar y salir de un cuerpo a otro, a veces al mismo cuerpo en varias oportunidades, por largos que sean los siglos que vagabundea por este mundo, Zogru permanece entre los suyos, no sale de casa y es en medio de los suyos, de su idiosincrasia y de sus tradiciones donde libra sus batallas.
Zogru puede ser leída alegóricamente como un ensayo sobre el alma rumana y su decurso histórico o como una parodia del género gótico de los vampiros, pero también como una historia de amor -la historia de Zogru y Giulia- y de cómo solo el amor de otro puede dotar de identidad e individualidad a un sujeto, ya que el drama de Zogru es que nadie lo reconoce porque todos con quienes se relaciona solo ven al cuerpo ajeno que ha tomado prestado y no al espíritu que lo habita. La autora, a través de la larga peripecia de Zogru, pasea al lector por los distintos períodos de la actual republica de Rumania y sus costumbres, pero siempre regresa al presente en que Zogru espera a Andreí Ionescu, su rival en el amor por Giulia, el último descendiente de un individuo con el cual se enfrentó 500 años antes. En general, el foco del relato es Zogru, salvo cuando el narrador se aplica a contar la vida de su amada Giulia -un gran personaje femenino, cuya biografía es un relato de feroz realismo-, en una estrambótica y conmovedora transposición de
Romeo y Julieta al mundo rumano.
Hilarante por momentos, en otros trágica y feroz, a ratos fantástica y luminosa como una pintura de Chagal, lo que prevalece en este maravilloso relato es la figura de la terrible soledad en que yace el espíritu humano carente de amor.