Muchos se quejan de la ausencia de matices con que la izquierda aborda algunas cuestiones de interés público. La reciente condena a Mauricio Rojas es un buen ejemplo de falta del tipo de deliberación que requiere el correcto funcionamiento de una democracia. Quizá su condición de "converso" desde la izquierda más dura aumentó la inquina de sus adversarios, pero el hecho es que ninguno de sus detractores le preguntó acerca de los fundamentos de sus dichos, ni se tomó la molestia de interpretarlos a la luz de toda una trayectoria política. Simplemente se los leyó de la peor manera posible y se apretó el gatillo, como si criticar el Museo de la Memoria fuera sinónimo del peor de los negacionismos.
Este modo de proceder, advierte la gente sensata, empobrece el debate público, lo priva de racionalidad y nos lleva a entregarles a las nuevas generaciones un país que estará lleno de nudos, cada vez más difíciles de desatar.
Sin embargo, tampoco hay que olvidar que también a la derecha le cabe una cuota significativa de responsabilidad por la situación actual. Se trata de una carga que tiene variados aspectos y que involucra a diversos actores de nuestra vida pública. Hoy quiero referirme a una, que nos afecta a políticos e intelectuales.
Dicho en simple, han pasado 45 años y la derecha aún no ha sido capaz de elaborar un relato plausible que explique lo ocurrido el 11 de septiembre de 1973. Si alguno de ustedes conoce una explicación matizada -una reflexión donde estén presentes todos los factores, también aquellos que nos resultan incómodos, esos que preferimos no ver-, le ruego que me informe, porque siempre que leo algo sobre el tema experimento una profunda insatisfacción.
Se me dirá que la izquierda tampoco ha hecho ni intentado algo semejante. Puede ser, pero hay que señalar, en favor suyo, que para la izquierda resulta mucho más difícil que para el resto poder mostrar una cierta distancia respecto de esos acontecimientos. Lo invito a hacer la siguiente experiencia: deje de lado, por un rato, su particular juicio sobre el Museo de la Memoria, olvídese de si es bueno o malo, si es honesto o tramposo. Simplemente métase a una de sus salas y piense, por un momento, que eso que aparece en una vitrina lo sufrió un hermano suyo, o un compañero de curso, o su hijo. Si ese fuera el caso, ¿tendría usted ganas, sería capaz, de hacer interpretaciones matizadas sobre nuestra historia ya no tan reciente?
La falta de un relato razonable, matizado, ecuánime y, en la medida de lo posible, completo, es decir, un relato que no esconda nada, afecta a todos los actores de nuestra vida política, comenzando por el gobierno. Este año septiembre se adelantó, y con él la época en que los gobiernos de derecha se ven forzados a aguantar el chaparrón, porque la agenda la manejará inevitablemente la izquierda. Para colmo, Piñera tiene la mala suerte de que le toquen los aniversarios redondos (40, 45), que mueven a fijar la atención pública en el pasado y la distraen de las grandes tareas que tenemos por delante (infancia, salud, Araucanía). Mientras no exista ese relato, todo lo que se haga en su gobierno, desde mencionar a los "cómplices pasivos" hasta aludir a "montajes", terminará jugando en su contra en uno u otro sentido, por más que Piñera sea una de las personas que, en la centroderecha, más temprano mostró distancia respecto de la posición entonces dominante en su sector.
Un esfuerzo serio de comprensión de nuestro pasado es imprescindible para la derecha, porque le ahorrará el tener que jugar a la defensiva cada vez que salen estos temas. O tirar la pelota al córner, aludiendo a lo que pasa en Cuba o Venezuela, lo que refuerza la idea de que está tratando de empatar o relativizar ciertos acontecimientos. Ahora bien, ese intento de reflexión es indispensable también para liberar a una parte de la izquierda. Por diversas razones, ella no está en condiciones de espantar sus propios fantasmas y, debido a eso, no puede resolver problemas como las declaraciones de un ministro o la situación de los reclusos de Punta Peuco. Lamentablemente, pareciera que después de 45 años parte de la izquierda sigue presa de Manuel Contreras: incluso sus hijos y nietos han nacido en el oscuro sótano de un cuartel de la DINA. Y de eso no resulta justo culparla.