Los porfiados hechos prueban que ni el propio Presidente creyó en el error comunicacional en el que él mismo incurrió, al sostener que lo de los bingos era una "anécdota comunicacional", algo menor frente a una buena gestión del ex ministro Varela. Es que, con esa defensa, Piñera tropezaba en la misma piedra que tanto le había costado en su anterior gobierno, cuando presentó su primer gabinete como el de la gestión 24 x 7.
Es que la buena gestión política, la que consiste en producir cambios que la ciudadanía perciba como beneficiosos para su calidad de vida, se nutre del capital político, o sea, de la popularidad. No basta con tenerla en la elección inicial. Un gobierno se juega la confianza ciudadana cada día a lo largo de su período. La popularidad se renueva y pierde cotidianamente. Los buenos resultados electorales iniciales no son garantía de nada cuando la opinión pública es independiente, empoderada y veleidosa. Y es esa confianza la que alimenta la mística y la esperanza de un sector político de mantenerse en el poder, el más poderoso engrudo de una coalición política, pegamento que le permite procesar sus diferencias sin grave detrimento de su unidad y así mostrar a los electores expectativas de brindar gobernabilidad, tal vez la principal cualidad para proyectar un gobierno, característica que la Nueva Mayoría no logró exhibir durante el gobierno de Bachelet y que probablemente constituyó la principal causa de su derrota.
La frase de los bingos, reiterada por Varela a horas de su salida, no era un desliz comunicacional, sino una concepción del rol del Estado y de la iniciativa comunitaria frente a un bien público, como es la educación. En política, la comunicación, lejos de ser una anécdota, puede constituirla. La frase arriesgaba con transformarse en la marca de un gobierno, así como la de los patines en la educación y la de la retroexcavadora lo fueron del anterior, símbolos con que la opinión pública resume una gestión gubernamental y que se impregnan, como manchas difíciles de lavar luego con largos y sesudos discursos que diseña un segundo piso. Piñera tuvo la inteligencia de huir de esa marca, de desprenderse de ese riesgo, que podría haber sido fatal para su gestión.
Esta vez no fueron necesarias movilizaciones estudiantiles para botar a un ministro de Educación. La temprana cirugía aplicada por Piñera y su discurso, centrado en el empleo, muestran a un Presidente más conectado con la opinión pública y mejor preparado para reencauzar y proyectar su gobierno. Los partidos de la izquierda tradicional debieran tomar nota de ello mientras deambulan por derroteros de reyerta y testimonio, estrategia que difícilmente les permitirá volver a contar con una confianza mayoritaria.
Jorge Correa Sutil