El control y la vigilancia están en los aeropuertos cada vez que cruzamos una frontera o en los muros que se construyen entre naciones o, en los vecindarios con extremos dispositivos de seguridad. Hace poco leíamos que una comuna de Santiago desarrolló una tecnología de reconocimiento facial para quienes traspasen sus pórticos. Una idea casi futurista, pero al mismo tiempo triste, porque señala la fractura de la confianza que existe en las sociedades actuales. Cada día crece más el sofisticado mercado de la seguridad con alarmas, cercos eléctricos, vigilantes armados, drones y cámaras para sobrevivir en un mundo segregado y violento. Un escenario que deberíamos cuestionar más que celebrar.
La pareja protagónica de "Estado de emergencia", la obra del dramaturgo alemán Falk Richter, vive en un vecindario hipervigilado, le dicen "la colonia", y cuenta con cámaras, drones y rejas alambradas. Sabemos que, tras una vida de esfuerzo, han logrado adquirir una casa moderna en el condominio de la compañía donde él trabaja con la idea de estar a salvo del mundo exterior. Un mundo exterior que se muestra amenazante en escena a través de tres pantallas que exhiben imágenes de sequía, paisajes lunares y movimientos de insectos con un logrado diseño de Cristián Reyes y acompañado por los efectos sonoros de Marcello Martínez.
La obra abre con la pareja sentada en una sala de estar muy sofisticada con mobiliario vidriado, allí mantienen un misterioso y angustiantes diálogo. El hombre parece enfermo, sin fuerzas, decaído. La mujer está en un estado agitado que oscila entre la paranoia y la histeria que se acompaña con sonidos estridentes y luces titilantes que van a negro. Entra y sale un extraño hijo adolescente con el que no logran conversar y del que sospechan está liado en pandillas de delincuencia.
Esta obra (en Teatro Finis Terrae) sigue un rasgo de la producción de Richter -un autor que es un fenómeno: a sus 48 años cuenta con una obra prolífica, traducida y montada en varios países- que es diseccionar la tensa relación entre capitalismo, tecnología y las relaciones psíquico-afectivas. En Chile, gracias a la Muestra de Dramaturgia Europea, hemos conocido sus textos bajo la dirección de Luis Ureta, líder de la Compañía La Puerta, entre los que destaca la célebre puesta en escena de "Electronic City".
De "Estado de emergencia" se dice que es una pesadilla orwelliana, pero despierta más lecturas. Quizás en países con regímenes totalitarios puede evocar a la policía secreta y la imposibilidad de zafar de su vigilancia según el modelo del "gran hermano". En países democráticos desiguales, como los latinoamericanos, habla de los cercos que es necesario erigir entre los ciudadanos, dadas las escandalosas brechas socioeconómicas.
Por otra parte, en un espectador chileno podría despertar ecos con las obras de Egon Wolf, en especial con "Los invasores", donde una acomodada familia, los Meyer, teme la invasión de los vagabundos en su morada y bienestar en un clima de realidad y delirio. Pero allí, sea real o fantaseada, hay interacción; esto acá es imposible porque ya se ha sentado la catástrofe. En ese sentido, es una obra difícil de montar, pues tiene casi una única escena: la pareja encerrada interrogándose a regañadientes en medio de la paranoia. "¿Cómo entran aquí?... ya no estamos seguros aquí... ¿dejas tú el portón abierto? No eres tú, ¿verdad?". Y luego agrega "Tenemos una vida fabulosa, la tenemos, ¿no?". En ese sentido, requiere actuaciones más carismáticas que las de Claudia Burr, Jaime Omeñaca y Andrew Bargsted, y, seguramente, requiere una dirección con un punto de vista más claro. Quizás una opción habría sido enfatizar los elementos locales de esa paranoia o tensionar la hebra de thriller que Ureta maneja muy bien, como lo demostró en su reciente montaje de "La soga".
Sin duda, la tesis de la obra es interesantísima: La estructura económica afecta los lazos sociales y las relaciones psíquicas. Richter escribe sobre cómo las ideologías de la eficiencia y el crecimiento económico afectan al individuo. Por ejemplo, en una escena la mente de la mujer se transforma en una cámara de circuito cerrado, pero el mundo interior de su esposo e hijo resulta indescifrable, "¿Tú eres..., estás bien?". Él, cada vez está más derrotado, va expresando entre dientes su temor a ser expulsado de su trabajo, y por consiguiente, de la comunidad. Sin embargo, él le recuerda una antigua felicidad cuando vivían más allá de los muros y tenían amigos.
Y también, la pieza apunta al núcleo de los miedos del siglo XXI: la invasión de los extraños (los desposeídos, los inmigrantes) y, por otro lado, las amenazas del fin del agua, la escasez de la tierra cultivable, la comida intoxicada. De algún modo, "Estado de emergencia" apunta al fracaso de la comunidad y de la organización urbana. Ciudades y barrios donde cámaras de seguridad y muros de protección resguardan la tranquilidad de aquellos pocos que participan del bienestar económico y tecnológico y que, a su vez, transforman sus moradas en verdaderas prisiones asfixiantes. Es un fracaso del modo de habitar contemporáneo, donde los avances de la tecnología sirven, como dice el dicho, para ver caras, pero no corazones.