Existe un grupo de narradores latinoamericanos que abordan en su escritura la violencia como rasgo social, político y cultural estructural de nuestros pueblos. Sus relatos no buscan exhibir la violencia de tal o cual tirano, de ciertas clases sociales o grupos concretos, ni la que acaece en ciertos lugares, territorios o segmentos determinados. No, lo que les interesa es poner en evidencia aquella que se ha infiltrado en todas partes, que comparece en todos los niveles y vínculos, que es la atmósfera subyacente a cualquier conducta, mostrando como, a la vez, incesantemente jugamos el papel de víctimas y victimarios. El escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa ha desarrollado una poderosa narrativa que precisamente explora ese tipo de violencia. En
Cárceles de invención, el lector podrá hallar una selección de cuentos escalofriantes, concebidos de un modo geométrico y delineados a través de una prosa precisa, atenta a la corporalidad, veloz en el ritmo y sorprendente en cuanto al tipo de imaginación desplegada para poner en escena aquella violencia.
Las ocho narraciones, como lo indica el título de la antología, se construyen en torno a la imagen del prisionero y desde ese ángulo pueden ser leídas como una composición de variaciones sobre un mismo tema. Rey Rosa esboza a través de ellas el diseño de una violencia infernal en que el sujeto es privado de la libertad, pero en esa privación va envuelta no solo la pérdida de la movilidad física, la restricción por un cierto plazo del derecho a desplazamiento. La cárcel que el escritor guatemalteco traza en estos cuentos es más radical e integral porque en ella el prisionero aparece privado de su humanidad. Los encarcelamientos por los que pasan los protagonistas atacan la médula de lo humano, lo degradan, desfiguran y pervierten, pero también, a contraluz de ese desmantelamiento, lo hacen sobresalir, lo ponen en relieve y valorizan.
El relato "Negocio para el milenio" está construido por una secuencia de cartas: un prisionero supuestamente se dirige al dueño de una gran empresa que administra cárceles privadas para proponerle un negocio que le permitirá aumentar sus ya cuantiosas ganancias. El relato, por medio de un humor negro creciente, un humor que fluye corrosivo también en las restantes narraciones, apunta a uno de los blancos insistentes del autor: la complicidad entre la violencia y la codicia, donde un espíritu empresarial corrompido y desmadrado es la energía y la substancia que la vitaliza y reproduce. En esa misma dirección, "1986" narra la venganza de un hijo que ha sido internado por su padre -un rico empresario- en un centro de rehabilitación, una suerte de torturante manicomio perdido en algún punto remoto del trópico centroamericano. La morosa e irónica descripción del lugar de encierro, de los ritos de lavado de cerebro, de la angustiosa fuga, revelan el talento de Rey Rosa para inventar pesadillas que, otra vez, rematan en un golpe de humor oscuro, una réplica en la cual la violencia no cesa sino que se prolonga, regenera y triunfa fatalmente. Esa misma complicidad es puesta a descubierto en "La confesión" cuando el protagonista es distraído temporalmente de sus vacaciones en un balneario de la costa amalfitana porque su padre -un millonario-, en un momento de franqueza incontrolable producto de su demencia senil, ha confesado su participación en un atroz genocidio de indígenas. "Gorevent" -uno de los relatos más notables- cuenta la peripecia de un profesor que realiza un taller de escritura creativa en una cárcel para menores delincuentes quien, a causa de una minúscula y romántica infidelidad matrimonial, queda atrapado en un terrorífico motín en la cárcel. La narración transita suavemente desde el pequeño mundo burgués y bienintencionado del profesor al retrato implacable de los menores criminales -"los mareros"-, esculpidos con un cincel preciso y filoso que clava su cruda ironía en múltiples direcciones a medida que la acción avanza hacia su terrible desenlace.
La culminación de la colección es el ya célebre "La cárcel de árboles", un cuento extraordinario que merece estar en cualquiera antología del cuento hispanoamericano. Como ocurre con el resto, más que la anécdota, lo fuera de lo común es la arquitectura del relato y la filigrana con que se despliega la narración. Los prisioneros son aquí conejillos de Indias de un atroz experimento neurológico que busca crear autómatas, transformarlos en partículas de una entidad colectiva capaz de ejecutar ciegamente cualquiera instrucción. La historia da lugar a varias lecturas alegóricas, pero la más patente es un alegato de justificación de la literatura como refugio último contra la violencia alienante.
Rey Rosa es un cuentista excepcional. Fantástico y realista, simultáneamente concreto, visual y corporal, de modo que los personajes, escenarios y acciones concurran a la mente del lector de modo poderoso y, a la vez, reflexivo, inteligente, crítico, sin tematizar ni adoctrinar explícitamente, solo narrando.
Rodrigo Rey Rosa
Ciudad de Guatemala, 1958
Escritor y traductor guatemalteco. Entre sus obras se cuentan los volúmenes de cuentos
El cuchillo del mendigo (1986),
El agua quieta (1989),
Cárcel de árboles (1991),
Ningún lugar sagrado -relatos que transcurren en Nueva York- (1998),
Otro zoo (2005) y
Siempre juntos y otros cuentos (2008), y novelas como
El salvador de buques (1993),
Que me maten si... (1996),
La orilla africana -ambientada en Tánger- (1999),
El material humano (2009),
Severina (2011) y
Los sordos (2012), entre otras.