Hay en Providencia unos cuantos locales de venta de productos orientales para cocinar. En general son pequeños, hasta que llegó (trasladado desde Patronato) el magno China housemarket, una maravilla. En sus pasillos se pueden encontrar desde galletas Oreo con doble sabor, la original Red bull thai (que es un jarabe sin gasificar), todo tipo de curry y verduras inéditas en otros supermercados occidentales (hay unas berenjenas flaquitas, maravillosas). En fin: un goce para el foodie inquieto. Y fue, hace un corto tiempo, que al lado abrieron un restaurante de cocina oriental diversa, el Wonton, en el que la oferta es tan amplia que les queda un poco apretada.
Una primera visita fue a dos días de abierto el local. Lleno absoluto, con una atención diligente y gentil a pesar del mar humano. Y con una cocina colapsada. Después de un par de meses hay menos público, la oferta sigue igual de diversa (aunque los platillos al vapor solo están disponibles los días sábado) y se sumó a la carta un variopinto bufet de comida por kilo.
Lo que se ofrece es gastronomía de China, Taiwán, Corea, Japón y Tailandia. Uf, difícil tarea, la que logran con eficiencia, pero sin gran delicadeza.
De entrada, unos pinchos de pollo con maní (sategai, $3.800), bien hechos, pero sin la decoración vegetal clásica de los restaurantes tailandeses. Al mismo tiempo, un tempura de vegetales ($3.800), con una fritura cercana a la tradicional japonesa, pero sin la correcta salsa correspondiente. Dos ejemplos del "casi" de este restaurante.
De fondos, un ramen ($5.800) gigante, con muy buen caldo, pero con unas rodajas de chancho chicas y fomes y hundidas en el caldo. Mucho diente de dragón y choclo, con fideos gruesos. Para quien ha probado este plato estéticamente bien armado, como debe ser, es una belleza que exige ser consumida por partes. En este caso, es un sopón llenador.
El otro plato fueron unas costillas de chancho apanadas ($5.800) con arroz, un plato taiwanés, acompañado de un par de ensaladitas. Bueno el reboso, bueno el sabor.
Bien atendidos, en un lugar sencillo y con sus toques de estilo, la sensación final es que la comida no está mal, pero la nostalgia de comerla en los restaurantes de la etnia correspondiente se hace algo patente.
Coyancura 2265, Providencia.