Qué difícil ha sido el tránsito del Europeo antiguo a su actualidad. Es que la marca original, asociada a un culto a la personalidad de su chef, era fuertísima. Y una vez que el personaje abandonó la cocina, todo fue un evaluar cuánto quedaba o no de la matriz original. Hoy, finalmente, y esa es la buena noticia (para quienes tomaron el buque), casi nada. El Europeo actual tiene una cocina con identidad propia, bien achilenada, una estética más luminosa y -para actualizarse- con precios que ya no son los más altos del ambiente. Ha pasado el tiempo y esa fama ya no corre. Tampoco el personal de servicio se comporta arriscando la nariz, "evaluando" a los comensales (antaño era así). Y, pidiendo con decoro -porque hay caro y menos caro en su carta-, se puede visitar uno de los mejores restaurantes de la capital. Eso.
Con una atención realmente atenta, informada y nada de cargante (con descripciones absurdas y eternas de los platos), partió esta experiencia con pan recién salido del horno en el platito anexo. Antes de las entradas, un par de bocaditos de cortesía (uno era un minimilcao con piure, como para ponerlo de emblema de embajada cultural). Y, primero, un tártaro de almejas ($13.900), cortadas finitas y con algo de apio, un disfrute para quien quiera vérselas con un sabor de mercado en versión pituca (y bellamente presentada). A la par, unos trocitos de molleja apanados ($9.900), con una salsa de betarraga como comparsa. Lo mismo: un sabor de esos más castizos y poderosos, pero en clave menor.
Los fondos, nuevamente impecables. Un pedazo de pecho de chancho agridulce ($15.500), montado en un puré de papa y menta, con un timbal pequeño de porotos, arvejas y murta, en una combinación tan terrestre como aromática. El otro plato fue aún más frágil y evocador. Un arroz caldoso ($15.800) con vegetales varios (parecía un minijardín, con algunos brotecitos), sus lascas de queso, algún camarón y trozos de filete. Pura sutileza, sin ningún sabor dominando al otro.
De postre, porque las porciones previas fueron las precisas, una papaya con miel del mismo fruto ($5.900) y un helado en formato semiburbujitas. Dulce, pero no relajante. Y, nuevamente, con algo de chileno bien puro que partió con esas almejas y concluyó con esta fruta tan nortina.
Sumando y restando, pura suma en esta nueva identidad que deja -finalmente- de lado una ropa ajena que le tocó vestir.
Alonso de Córdova 2417, 222083603.