La naturaleza nos ha regalado el milagro de tener estaciones bien diferenciadas, que cada año se repiten en forma cíclica. Conectarse y poder observar las características que tiene cada una de ellas es una experiencia única. Tener la posibilidad de admirar en invierno la nieve de la cordillera, el amarillo de las hojas en otoño, la luminosidad y la explosión de flores en primavera y disfrutar de la calidez del verano, constituye una vivencia transformadora, que, además de la experiencia estética que produce, sin duda favorece el desarrollo del pensamiento científico.
El invierno no siempre es la estación más valorada por sus bajas temperaturas, que obligan a los niños a andar más abrigados para defenderse de las típicas enfermedades del invierno, como el resfrío y la gripe. Sin embargo, estas mismas características pueden atraer la atención de los niños y llevarlos a reflexionar.
El desarrollo del pensamiento científico se ve favorecido por la capacidad de observación, por la formulación de preguntas y por la búsqueda activa de respuestas. Preguntarse y buscar respuesta es la base del avance de la ciencia y es la mejor manera de desarrollar el espíritu científico.
El libro "Ciencia para pasar el invierno", de Valeria Edelsztein, fue escrito por esta científica argentina, doctora en química, buscando innovar en materia de libros científicos para niños. En el texto plantea una gran cantidad de preguntas que resultan interesantes y motivantes para los niños, porque son temas que han experimentado. Una forma de lograr aprendizajes significativos es desde la propia experiencia.
Las preguntas son muchas. Para muestra alguna de ellas: "¿Porqué se pone la piel de gallina? ¿Los mocos son buenos o malos? ¿Los copos de nieve son todos iguales?". Las respuestas tienen la virtud de interesar a los niños, tanto por la forma como en el fondo.
Aporta además datos curiosos en los que raramente se nos ocurriría pensar, como por ejemplo: ¿Cuál ha sido la temperatura registrada más baja del mundo? Para que no se queden con la curiosidad y no se quejen del frío, les adelanto la respuesta: fue de 189,2 grados bajo cero en la base rusa Vostok de la Antártica, en julio de 1983.
En conclusión, aprender ciencia es generar una actitud de observación ante lo inesperado, pero también estar alerta a las transformaciones que ocurren en la naturaleza en forma cotidiana.