Muchos votantes de Chile Vamos han sentido estos días una sensación parecida a la que experimentaron los argentinos con el primer gol de Croacia. Se preguntan: ¿Por qué si la coalición había funcionado tan bien como fuerza opositora, ahora que está en La Moneda comienzan las rencillas y divisiones?
Pienso que las cosas no son tan graves. Lo que les molesta a los electores de centroderecha no es la existencia de tensiones, fenómeno habitual en una vida política sana, sino el hecho de que ellas podrían haber sido evitadas o al menos postergadas para un momento más oportuno. En efecto, todos reconocen que es difícil manejar una coalición donde conviven sensibilidades tan distintas como conservadores, liberales, socialcristianos y nacionales. La tarea de tenerlos a todos, si no contentos, al menos satisfechos, no resulta sencilla. ¿Y qué ha ocurrido en estos meses? Simplemente, que ha habido un desbalance a favor de una de las partes de la coalición, la liberal.
No nos perdamos: Tener a liberales dentro de Chile Vamos es una riqueza. Pero darles un excesivo protagonismo, como ha sucedido este tiempo, envuelve un doble error. De una parte, no resulta muy inteligente privilegiar a una minoría y dejar molestos a los integrantes principales de la coalición, que además son los que han hecho el trabajo duro en las últimas décadas.
En segundo término, esos liberales, entre ellos la parte santiaguina de Evópoli (la regional es muy diferente) tienen un problema que causa permanentes dificultades a la coalición. En efecto, diversas figuras de ese conglomerado se han empeñado en enarbolar unas banderas propias de la "agenda progresista" que son muy caras a la izquierda: cambio de género sin límite de edad, adopción homoparental, etc. Al jugar por su cuenta, sin atender a las prioridades comunes a Chile Vamos, perturban al propio equipo y, de paso, le prestan aire y argumentos a un adversario que está dividido y desconcertado. Mala estrategia.
Por su parte, al complacer de manera prioritaria los sofisticados gustos de esos sectores, el Gobierno introdujo un innecesario desorden en los humores sociales, estimuló un clima poco dado a la racionalidad y preparó el terreno para que demandas tan legítimas como el exigir respeto a las mujeres se desbocaran y terminaran produciendo un clima de confusión que no es bueno para ningún gobierno, y menos para este.
Los malestares sociales no son inevitables y, de producirse, se pueden mantener acotados. Si el equipo hubiese estado ordenado y si hubiese atendido a las claras prioridades puestas por el Presidente al comienzo de su mandato y reafirmadas en el discurso del 1 de junio, la situación sería muy diversa.
Las cosas, sin embargo, no son tan terribles como algunos piensan. Simplemente el Gobierno está pagando la cuenta de su momentánea farra liberal. Ahora, pasada la resaca, deberá atender al resto de los socios de la coalición e insistir en una hoja de ruta que ya está definida, que obtuvo una amplia aprobación de los chilenos en diciembre pasado y, lo más importante, que coincide con los grandes intereses del país. Además, no todo el desorden se debe al predominio del ala liberal del gobierno, pues hay errores que nada tienen que ver con las sensibilidades doctrinales, y que han contribuido a desdibujar esa hoja de ruta.
Me permito recordar las cinco grandes prioridades con las que comenzó el gobierno de Sebastián Piñera, porque hay políticos de centroderecha que, por momentos, parecen olvidarlas: 1) la infancia; 2) la seguridad ciudadana; 3) una salud oportuna y de calidad para todos; 4) la paz en La Araucanía; y 5) alcanzar el desarrollo y derrotar la pobreza, durante los próximos ocho años.
Lo que no vaya en esa dirección puede ser muy interesante, pero debe quedar en un segundo plano. En esas metas están de acuerdo todos los partidos de Chile Vamos. Esos objetivos son los caminos para llegar a acuerdos con la oposición moderada. Si durante la campaña presidencial la coalición funcionó como un reloj, fue precisamente porque nunca perdió de vista esas metas unificadoras.
Apuntar de manera obsesiva hacia esas prioridades es la mejor manera de tener a los socios bien ordenados. De paso, fomenta una mística que inyecta optimismo a la coalición y a sus electores. Y como si eso fuera poco, al focalizarse en esas grandes metas se pone un serio obstáculo a las agendas personales, porque cualquier proyecto individualista parecerá pequeño y mezquino en comparación con esas grandes ideas que nos entusiasman a todos.