Una de las claves del éxito de Chile Vamos en diciembre estuvo en haber articulado las diversas identidades que componen la derecha: liberales, conservadores, socialcristianos y nacionales. Para que esa armonía no se pierda, es necesario cuidarla. Las descortesías, las faltas de prudencia o las medidas precipitadas pueden desarmar en poco tiempo lo que tanto ha costado construir.
En principio, iluminar La Moneda con un maravilloso espectáculo de luz puede ser una magnífica idea. Se podría conmemorar de esa manera algún aniversario señalado de la Cruz Roja, la Teletón, el Ejército de Salvación, la Masonería o los Bomberos. Pero que este privilegio se restrinja a la bandera gay no es un modo particularmente inteligente de mantener el afecto de conservadores y socialcristianos.
Cuando una alta autoridad quiere poner un ejemplo de mujer, puede señalar la inteligencia de la astrónoma María Teresa Ruiz, la valentía de la periodista Javiera Suárez, la creatividad de Carmen Luisa Letelier, o el empeño de esas jefas de hogar que sacan adelante su familia con miles de dificultades. Pero sin desconocer sus méritos, restringirse a Daniela Vega para destacar a una mujer ejemplar tampoco parece ser el mejor medio de tener contenta a toda la coalición.
Por otra parte, si se suprime el orden de prelación en la ley de adopción, uno esperaría explicaciones bien fundadas. Alguien podría señalar por qué, por ejemplo, no resultan aplicables a Chile los estudios de Mark Regnerus, que (basados en personas adultas que han sido criadas por parejas homoparentales) muestran que los efectos de este tipo de crianza presentan claras desventajas respecto de los otros tipos de familia. Limitarse a decir que se hace "por el bien de los niños" parece una broma dirigida a irritar a conservadores y socialcristianos.
Medidas como esas desconciertan también a los liberales moderados, que deploran la tendencia de ciertas autoridades de gobierno a abandonar las prioridades y asumir la "agenda boutique", como bien la ha denominado el concejal Jorge Acosta. A esos liberales también les preocupa que no se defienda a rajatabla la libertad de conciencia, una de las libertades más fundamentales para su ideario.
La mayoría de los conservadores y socialcristianos chilenos no son muy exigentes para con el Gobierno. Simplemente quieren que haga lo que prometía el candidato Sebastián Piñera: ¿es mucho pedir?
La práctica de descuidar la sensibilidad de conservadores y socialcristianos se justifica por el hecho de que ellos constituyen un electorado cautivo, pero es una tontería desde el punto de vista político. Ellos son los que, muchas veces, evitan que la agenda sea tomada por la izquierda; son los que defienden las prioridades del Gobierno y le ponen luz amarilla cuando, desorientado por Twitter, comienza a perder el rumbo. Esa es la gente que mojó la camiseta en la segunda vuelta, la que hace el trabajo en las poblaciones, le pone mística a la política y contribuye a que esa actividad no sea un crudo ejercicio de poder, donde todo se transa al son de la encuesta Cadem. Aunque no son los únicos, ellos hablan, una y otra vez, de los niños del Sename y de otros grupos humanos que, de no ser por su insistencia, permanecerían invisibles para la derecha. Conservadores y socialcristianos son, finalmente, los que nos recuerdan que los modelos son importantes, que la política no es una actividad neutra, y que cuando la ley trata igual a situaciones que son radicalmente distintas en su contribución al bien común, se deteriora la convivencia, se desalienta a la sociedad civil y se deja al sistema político y económico sin las bases éticas que sustentan su buena salud.
No olvidemos que Sebastián Piñera obtuvo una mayoría abrumadora con un programa y un mensaje moderados, que no tenían nada de progresista. Tenerlo en cuenta ayuda a la unidad de la coalición y permite aprovechar un panorama que no podía ser mejor para la centroderecha. En efecto, la izquierda está dividida y desorientada; el movimiento estudiantil ya no tiene las banderas de 2011; el Presidente se apoya en un gabinete con más experiencia política que en 2010; la coalición cuenta con unas prioridades que son buenas para el país y aceptadas por la ciudadanía, y parte importante de los ministros está haciendo un buen trabajo. El Gobierno tiene todo para ganar 8-0 este partido; en cambio, la realidad es que goza de una ventaja insignificante.
Al introducir la agenda boutique en la marcha del Gobierno se está desperdiciando un momento único, se están perdiendo unos puntos que más adelante resultarán muy necesarios. Pero algunos no lo ven: parece que lo relevante es complacer a cierta izquierda, conseguir aplausos entre clientes de Starbucks y seguir el ejemplo no de aquel Sebastián Piñera comprometido con la vida y la familia, que transmitió un mensaje de trabajo duro y compromiso con los más débiles, sino de gente como Mariano Rajoy, ese mismo que en estos días se despidió con la cola entre las piernas, tras descubrir que cuando la derecha se transforma solo en una plataforma económica y una máquina de administrar el poder, el resultado es claro: se llama socialismo.