En todas las áreas de la salud y la educación se sabe que la prevención constituye la mejor estrategia para enfrentar los problemas, facilitando el logro de una mejor calidad de vida. En las dificultades específicas para aprender (DEA), cuanto antes ellas se aborden, mayor será el beneficio para el desarrollo cerebral del niño y para su desempeño en el contexto escolar.
Las dificultades específicas del aprendizaje son una condición del funcionamiento neuropsicológico que puede tener impacto en el rendimiento escolar. Existen metodologías específicas recomendadas para compensar este impacto. Como plantea la investigadora argentina Rufina Pearson, en su libro "Dislexia: una forma diferente de aprender": "Cuanto antes se empiece el tratamiento, ojalá antes del tercer grado, mayor la posibilidad de compensación. El cerebro es como un músculo, que se desarrolla en la medida que lo estimulamos, aprendiendo y creando vías de conexión neuronal eficientes".
Desde muy temprano en el desarrollo infantil hay señales que son indicadores de riesgo de tener dificultades específicas para aprender y que deben alertar a los padres a pedir ayuda. Entre los cuatro y los cinco años, los niños y niñas son capaces de reconocer los colores y los números hasta el cinco, pudiendo incluso contar un poco más, y ya conocen algunas letras, especialmente las vocales al inicio de las palabras. Algunos, si les han enseñado, pueden escribir su nombre. Déficit en estas áreas, así como falta de interés y un retraso en el aprendizaje del lenguaje son indicadores de riesgo.
El cerebro de los niños y niñas tiene un gran potencial de aprendizaje, pero, así como es un gran aprendiz, le cuesta mucho desaprender, sostiene Rufina Pearson. Por ejemplo, si aprende a escribir las letras en la dirección no correcta, le costará mucho desaprenderlo. Es por eso que postergar un diagnóstico oportuno y las intervenciones educativas, pensando que el niño o niña va a "madurar", puede ser peligroso. Mientras más pequeños son los niños, mayor es la neuroplasticidad de su cerebro y, por lo tanto, las posibilidades de compensar son mayores, disminuyendo así la brecha con sus compañeros que no tienen dificultades específicas del aprendizaje.