Como corresponde a una cuenta de inicio de gobierno, esta fue rica en anuncios. Algunos fueron sustanciosos y popularmente convocantes, como la no rebaja de impuestos a las empresas, el fin del Crédito con Aval del Estado, la cobertura universal de la educación preescolar y otros que recogen el importantísimo acuerdo transversal alcanzado en materia de infancia, obras portuarias, extensión del Metro y un largo etcétera. Algunos de esos anuncios son todavía titulares, como es el caso de la modernización del Estado (descontada la agenda digital); otros mantienen en el misterio cuestiones que causarán roces en su coalición, como las preferencias que se darán en materia de adopción a los diversos tipos de familia. Por último, hay escasez de anuncios en tópicos que debieran estar en el ADN de la derecha, como es la desconcentración y descentralización del poder político.
Como quiera que se evalúe, la cuenta fue sustanciosa, y si bien eso no garantiza un buen gobierno, le brinda a este una segunda luna de miel, si no en el plano del buen trato opositor o en la popularidad, lo será por el privilegio de que la discusión política gire en los ejes de los proyectos de gobierno: el ansiado control de la agenda, que tan necesario resulta para aparecer liderando frente a la oposición, así como para mantener la cohesión de los propios.
De forma inteligente, Piñera se detuvo y enfatizó temas en los que el clivaje derecha-izquierda desaparece o aún no encuentra diferencias, como lo son el envejecimiento de la población, una segunda revolución tecnológica y su impacto en el empleo y la propia infancia desprotegida.
Casi al finalizar su discurso, el flamante diputado Florcita Motuda gritó "¡Bravo a la retórica!", arrancando el aplauso de su colega Pamela Jiles. Es posible que grito y aplauso hayan tenido algo de despectiva ironía: algo que refleja la actitud de muchos ante un discurso político; algo así como decir ¡Muy lindo, pero puro blabla! Si, en cambio, nos tomamos en serio el epíteto y vamos al concepto más propio y simple de la retórica, cual es el conjunto de reglas o principios que se refieren al arte de hablar o escribir de forma elegante y con corrección, con el fin de deleitar, conmover o persuadir, la retórica es un elemento consustancial en cualquier discurso político. Si Piñera trató de persuadir anunciando medidas y políticas, qué duda cabe que al abrir y cerrar, al evocar la historia y a los padres de la Patria; al insistir una y otra vez que estábamos convocados a ser los constructores del futuro y al dar urgencia a la noción de que nos estamos jugando mucho en la unidad con que enfrentemos estos cuatro años, Piñera intentó tocar nuestras fibras emotivas. Se dice que entre lo sublime y lo ridículo hay una delgada línea, y el Presidente la ha cruzado con cierta frecuencia. En este caso, no me pareció que lo hiciera, ganando más cercanía que distancia.
¿Estarán los tiempos para una cuenta que cuenta cuentos? ¿Estará la cosa para despertar una épica política? Apelar a la emoción en tiempos de alta desconfianza requiere de arrojo y optimismo. La cosa no está para sueños, apenas para actos rectos. Piñera tuvo ese acto de arrojo de apelar a sueños en tiempos en que la política más bien anda pidiendo perdones y se refugia avergonzada en fórmulas técnicas. No es poco para un Presidente a quien la retórica política resultó tan esquiva en su primer gobierno.