En toda la obra del sudafricano John Maxwell Coetzee es patente un escribir relatos que contengan una carga importante de pensamiento, ideas, discusión filosófica, a tal punto que crea un personaje que es filósofa, la cual reaparece en varios de sus textos: Elizabeth Costello. Esta intencionalidad no es nueva; de hecho, toda gran novela, según Orham Pamuk, se articula en relación con un tema, es decir, un complejo de ideas, aunque esté solo implícito y subyacente a la acción. La narrativa del siglo XX, en una de sus vertientes más poderosas, se caracteriza por hacer explícito el tema, introduciendo ensayos dentro de la narración (como los hay en Proust o Musil) o auténticos diálogos platónicos (como lo son las muy densas discusiones entre Naphta y Settembrini de
La Montaña Mágica , de Mann). En
Siete cuentos morales Coetzee retorna fuertemente a esa tradición de su narrativa y de la narrativa del siglo XX.
Luego de los dos cuentos iniciales -"El perro" y "Una historia"-, más difíciles de conectar con el resto de la colección, Coetzee reúne cinco interesantes relatos en los que se advierte una unidad clara. La situación narrativa en todos ellos es la misma: la relación tensa -¿un desencuentro?- entre dos hijos maduros, un hombre y una mujer, con su madre ya anciana. Existe, de entrada, un conflicto moral entre los intereses de los hijos -que quieren cumplir con su deber filial de la manera más cómoda sin tener que vérselas con la responsabilidad de lidiar día a día con los crecientes problemas que acarrea la vejez- y el derecho de la madre a la autonomía, a ser ella la que decide sobre cómo va a vivir los últimos años de su existencia, enfrentar la senilidad y la muerte.
Es delicada e inteligente la manera como asume Coetzee, de modo equilibrado, los dos puntos de vista, y coloca al lector tanto en el pellejo de ella como de sus hijos. Si bien por momentos -"En una mujer que envejece", "La anciana y los gatos", "Mentiras", "El matadero de Cristal"- el autor parece inclinar la balanza de su simpatía hacia la madre -que ya asumió derechamente el nombre de Elizabeth Costello, escritora y filósofa- y no hacia el hijo, que, irónicamente, se llama John, igual que el autor, Coetzee transmite la convicción de que en toda cuestión moral siempre hay, al menos, dos ángulos válidos.
El tema moral de fondo, de raigambre cristiana, presente en todos los relatos, es la convicción de que lo que define la humanidad, el ser humano de una persona, se constituye no a partir de la racionalidad, como dicta la tradición aristotélica que ha prevalecido en Occidente, sino en la medida en que se es capaz de hacerse responsable de otro sin restricción, a pesar de las consecuencias prácticas inconvenientes que de ello derive. Es patente que en este punto Coetzee sigue la tradición del filósofo francés Emmanuel Levinas, como ya estaba de manifiesto en la magnífica figura del juez en
Esperando a los bárbaros .
La discusión moral específica que abordan los cuatro últimos cuentos se refiere a un tema predilecto de Coetzee: los derechos de los animales. La madre, Elizabeth Costello, como sabemos por las obras anteriores del autor, amplía esa responsabilidad, y por ende, las exigencias de nuestra humanidad, a los animales, de modo tal que, sutilmente, se establece un paralelismo y semejanza entre la responsabilidad de un ser humano con otro -que surge de su sola mirada-, por ejemplo, entre los hijos y la anciana madre, y del ser humano con otro animal, que aunque no tiene "cara" es un individuo susceptible de sufrir y cuya experiencia de la muerte es similar a la nuestra. John, el hijo, es quien hace los contrapuntos.
Se podría decir, y no sería un desacierto, que
Siete cuentos morales es un libro de menor entidad comparado con ciertas obras maestras del mismo autor, incluso que tratan de los mismos temas. Sin embargo, hay más de algún aspecto que revela esa madurez propia del estilo tardío, en su capacidad de desdoblamiento, en una prosa por momentos más desasosegada, en el cariño que logra imprimir en el personaje de Elizabeth Costello enfrentado a su ancianidad.
Los dos cuentos iniciales, que son los últimos en la fecha de composición, adquieren una dimensión renovada cuando se ha terminado de leer el libro, como si el autor nos invitara a reconsiderar los problemas morales que allí se plantean ya con la experiencia de la vejez.
John Maxwell Coetzee Ciudad del Cabo, 1940
Escritor y novelista sudafricano, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2003.
Es autor, entre otras, de las novelas
Tierras de poniente (1974),
Esperando a los bárbaros (1980),
Foe (1986),
Desgracia (1999), Elizabeth Costello (2003),
Diario de un mal año (2007),
La infancia de Jesús (2013),
Los días de Jesús en la escuela (2016), así como de la autobiografía novelada
Escenas de una vida de provincias (2011), que reúne los volúmenes
Infancia (1997),
Juventud (2002) y
Verano (2009).