Un documento del Papa abrió el proceso de discernimiento que llevó a la inédita renuncia de todos los obispos de Chile. En ese texto hay una idea digna de ser reflexionada dentro y fuera del ámbito eclesial en que fue vertida. Me refiero a lo que el Papa llama la psicología de élite.
Luego de recordar que la Iglesia chilena supo otrora "dar la pelea", poniendo en el centro a quienes padecían las violaciones a los derechos humanos y a sus deudos ("Lejos de ponerse ella en el centro, dejando de ser el centro, supo ser la Iglesia que puso al centro lo importante"); el Papa atribuye en parte la responsabilidad de los abusos a menores, su ocultamiento o "ninguneo" a lo que llamó, en ese mismo texto, la psicología de élite. Afirma que en la Iglesia chilena, "en este último período [...] esta inspiración profética perdió fuerza para dar lugar a lo que podríamos denominar una transformación en su centro. [...]La Iglesia [...] se volvió ella misma el centro de atención. [...] Concentró en sí la atención y perdió la memoria de su origen y misión. Se ensimismó...".
Además del encierro en sí misma, un segundo rasgo caracterizaría, según el Papa, la psicología de élite: la percepción de sentirse superiores al resto del pueblo. En sus propias palabras: "La psicología de élite o elitista termina generando dinámicas de división, separación, círculos cerrados que desembocan en espiritualidades narcisistas y autoritarias en las que, en lugar de evangelizar, lo importante es sentirse especial, diferente de los demás...". Poco más adelante, el Papa añade que "sinónimo de perversión es la pérdida de la sana conciencia de sabernos pertenecientes al santo Pueblo fiel de Dios".
El remedio, para el Papa, está en sabernos limitados e iguales. En sus palabras: "El reconocimiento sincero, [...] muchas veces dolorido de nuestros límites es lo que permite [...] espacio para provocar ese bien posible que se integra en una dinámica sincera, comunitaria y de real crecimiento. Esta conciencia de límite y de la parcialidad que ocupamos dentro del pueblo de Dios nos salva de la tentación y pretensión de querer ocupar todos los espacios, y especialmente un lugar que no nos corresponde: el del Señor". Es "la conciencia de tener llagas [lo que] nos libera de volvernos autorreferenciales, de creernos superiores".
Mutatis mutandi, las palabras del Papa son iluminadoras para tantos otros grupos ensimismados que, con psicología de élite, son hoy fuertemente criticados, cuando no condenados, sin juicio ni apelación, por una ciudadanía indignada. ¿No es acaso psicología de élite, autorreferencia y sensación de superioridad lo que explica las frases despectivas y procaces que profesores universitarios vertían sobre las alumnas cuya misión era servir y que ahora salen a la luz? ¿No es la misma sensación de superioridad lo que llevó a tantos parlamentarios a emitir facturas falsas en su propio beneficio? ¿No es su autorreferencia lo que los tiene a la ciudadanía llamándoles despectivamente "la clase política"? ¿No fueron aires de superioridad los que envalentonaron a empresarios a cometer irregularidades y abusar de los consumidores? La misma sensación de superioridad explica las frases prepotentes u ordinarias y los actos de abuso que los ministros de este Gobierno han registrado recientemente como autogoles.
El Papa tiene razón y su idea explica bien el ambiente de repudio contra los abusos. No es tan solo que un puñado de valientes se atreven ahora a denunciar lo que ha ocurrido siempre; tampoco que todo se hace más transparente. Se trata principalmente de una vuelta de tuerca que ha dado la democracia. En ella se ha acrecentado ostensiblemente la conciencia de ser cierta la idea y promesa que está en la base de su doctrina, su piedra angular: la igual dignidad de todos. Por eso es que ni el clero, ni el gobierno, ni las autoridades políticas, ni los empresarios lograrán salir del marasmo de desprestigio en que se hallan, mientras no se convenzan en serio que no recibieron ni una distinción ni un premio, sino apenas un mandato.