Desarrollar interés y pasión por la lectura y los libros es un gran legado que se puede dejar a los hijos. Quien lee nunca está solo. La lectura tiene la capacidad de vincular el conocimiento con los afectos. Leer abre las mentes, pero también el mundo emocional y es una poderosa herramienta educativa. Por eso es tan importante poner nuestro mayor esfuerzo en acercar a los niños al mundo de los libros.
Las experiencias que las personas hayan tenido con la lectura en la infancia tendrán un impacto decisivo en su vínculo con el aprendizaje. El poder de las emociones y aprender de los libros no debiera ser subestimado, especialmente cuando se trata de las primeras experiencias. En la memoria emocional permanecen aquellos libros que tuvieron un significado especial en la niñez, de los cuales se recuerdan no sólo los títulos, los autores y sus ilustraciones, sino también los lugares donde se leyeron y donde se guardaban.
Esa sensación de apropiación que acompaña la experiencia de tener un libro, en mi opinión, no se traspasa a la lectura digital. Tener su propio rincón de lectura con un estante donde se guardan como un tesoro los libros más queridos, es una experiencia inolvidable que debiera ser un derecho de los niños.
En todas las épocas se han destacado grandes personajes por su amor a los libros, las librerías y bibliotecas. A modo anecdótico y para los que se quejan de no saber dónde guardar los libros, me gustaría compartir la insólita historia que cuenta el escritor argentino Eduardo Galeano en su libro "Los hijos de los días". En su crónica "La memoria andante", relata la historia del Gran Visir de Persia, Abdul Kassem Ismael, quien a fines del siglo décimo se le ocurrió la idea de hacer una biblioteca andante. La cita textual dice:
"Hombre prevenido, este incansable viajero llevaba su biblioteca consigo. Cuatrocientos camellos cargaban ciento diecisiete mil libros, en una caravana de dos kilómetros de largo. Los camellos también servían de catálogos de obras: cada grupo de camellos llevaba los títulos que comenzaban con una de las treinta y dos letras del alfabeto persa".
El amor por los libros y la lectura se enseña y son los padres los primeros educadores. Quienes acompañan a los hijos en esta maravillosa aventura, que es aprender a querer los libros, no tienen una tarea cualquiera, ya que como decía el premio Nobel de literatura Günter Grass: "No hay espectáculo más hermoso que la mirada de un niño que lee".