Ubicado donde estuvo la original librería Ulises y luego el peregrino restaurante Diógenes, ahora se encuentra el 17° 56°, un bautizo con referencia cartográfica en una calle donde ya se encuentra el restaurante 99. ¿Mala idea, en estos tiempos en que ya ni se memorizan los números de teléfono? El tiempo dirá, pero lo que pretenden con este guiño georreferencial es declarar una vocación por la chilenidad que se nota claramente en las opciones de su carta, pero no tanto en sus platos.
Para partir, un "cebiche de pescado" ($6.900), lo que sería lo mismo que poner "bistec de vaca". ¿Por qué esa laxitud de no jugarse por un insumo? En fin. Cortado en cubos más pequeños que el clásico a la peruana, y por ende más cocido, pero igual con maíz cancha. Un mix que igual funciona con sus dilemas de identidad, con algo de palta y tomate que lo acercan más a otras recetas. Y un crudo de res ($6.900) con algo de sabor de alcaparras y betarraga, lo que lo aleja de la fortaleza clásica de la cebolla y el ají, con un resultado obviamente menos intenso.
Más intenso y mejor logrado fue un caldo de sierra ahumada con cubitos de zapallo ($8.900). Al igual que los otros fondos, tienen versión al plato o en formato sándwich. Rica sopa, bien con el sabor, pero muy escasa en unas pantrucas ofrecidas en la carta. Las pantrucas son históricamente un recurso de pobreza, para darle algo de solidez a un líquido. Su vocación no es de adorno, ojo.
En paralelo fue el turno de un "jabalí estofado con hongos del bosque" ($11.900) que estaba algo sequito más que jugoso, con unas callampas rehidratadas encima, sin mucha ciencia, con "charquicán rústico" que, si no hubiera sido rústico, ¿cómo habría sido? ¿No sería mejor ahorrarse algunos calificativos?
Ya en los postres, un cheesecake de harina tostada y papaya ($3.500) que venía en formato destruido: merengue en trozos sobre el relleno de papaya, flanqueado por arena de harina tostada. Más estética que ética de la pastelería.
Sumando y restando, no queda muy en claro si el tema de este restaurante es la glorificación de una paleta de sabores chilenos o una reinvención de la cocina nacional, porque ambas misiones -y la misión se la han puesto ellos mismos- las llevan a cabo en forma algo confusa. O sea, lo que ofrecen es un mapa, pero de un territorio inventado.
Andrés de Fuenzalida 48, 2 2324 1820.