En el vertiginoso y demandante mundo que nos rodea, con frecuencia nos falta tiempo para cumplir con las múltiples demandas de la maternidad y la paternidad. Esto hace más necesario que nunca escuchar a los niños, tema que suele pasar a un segundo plano. Sin embargo, estar atento a lo que quieran decir es la primera etapa de una buena comunicación, lo cual es una competencia parental esencial en la creación de vínculos de confianza. Al escucharlos, los visibilizamos en lo que están viviendo y cómo los afecta. Escuchar es una ventana indispensable para acceder a su mundo interno y para lograr una conexión emocional profunda.
El libro "Gabriela Mistral: Pasión de Enseñar" está cuidadosamente editado, con una recopilación de textos de Pedro Pablo Zegers y una edición a cargo de Cristián Warnken y Ernesto Pfeiffer. El libro resulta realmente iluminador para comprender el pensamiento de esa gran educadora que fue Gabriela Mistral.
En el ensayo "El maestro es el Herodes de la imaginación", título por sí mismo inspirador, ella escribe: "El niño, hasta el más infeliz, llega a la escuela trayendo su mitología, un puñado chiquito de fábulas recibidas, unas en la falda de una madre contadora; otras en boca de la vecindad. (...) Habría que oírle primero y ver modo de usar ese pequeño tesoro, aunque no fuese sino para valoralizarle lo único que trae y abrirle con esto la confianza".
Sentirse escuchado es saber que contamos con alguien a quien realmente le importa lo que nos pasa. Detenerse en lo que hace y dice un hijo, un nieto o alumno, crea un vínculo de cercanía y afecto que lo hace sentirse importante para quien lo escucha. La sensación de no ser oído es muy frustrante a cualquier edad y genera una distancia con quien no nos presta la suficiente atención.
Ramón, un adolescente de 18 años, relata: "Siempre me he sentido ninguneado por el papá, aunque sé que me quiere mucho, pero cada vez que trato de expresar una opinión, antes que haya terminado de decirla, él me la rebate. (...) siento que él piensa que lo que digo es una estupidez y que no tiene ningún valor. Mi papá se queja que no me comunico, pero yo siento que no vale la pena hacerlo".
Cuando los escuchamos, les estamos enseñando a ser ellos interlocutores que saben estar atentos, lo que los convertirá en mejores aprendices y compañeros.