En la Guía Michelin suelen decir que tal pueblito o tal castillo vaut le détour: o sea, vale la pena desviarse para ir a conocerlo. Como últimamente hemos andado muy franceses, diremos que Don Gaviota vaut le détour porque, efectivamente, para llegar a él hay que internarse en los recovecos de Recoleta.
Se trata de una picá de mariscos bien y pintorescamente puesta: se nota que se ha invertido en su simpática decoración. Y, para terminar con esta parte, diremos que el servicio es rápido y amable.
De la carta disponible ese día, elegimos, para partir, locos con mayonesa y papas, en su versión más tradicional, siempre la mejor ($8.990). Nos llegaron tres locos de muy buen tamaño, cocidos a la perfección y a muy buena temperatura (es decir, no totalmente fríos). Las papas cocidas trozadas no merecen especial mención, como tampoco la mayonesa, pero el conjunto fue abundante y agradable. Nada de desubicados refinamientos aquí.
El cancato ($7.990) es un platazo grande con una versión ad-hoc de este condumio típico de Puerto Montt y Chiloé. Allá nació como pescado relleno con longanizas, queso mantecoso y tomates que se ponía a la parrilla. El pescado, según recordamos, solía ser especialmente una de esas estupendas sierras sureñas. Lo que nos trajeron aquí fue un trozo grande de pescado bien cocido, con abundante tomate y queso, que le proporcionaban al plato abundante salsa (o jugo), entonado con el sabor de unas muy buenas longanizas trozadas. Sin duda, una buena versión de aquel preparado, que es considerablemente más seco por el tipo de cocción que recibe.
Debido a algunas excelentes experiencias que hemos tenido últimamente, decidimos pedir la paila marina ($6.990) para comparar (además, los caldos criollos son siempre poderosos y criatureros). La experiencia nos dejó dubitativos, sin embargo, la paila traía una inmensa cantidad de mariscos (rebanadas de locos, choritos, choros, almejas, machas, camarones, calamares, etc.); pero el caldo resultó no ser más que el caldo de cocción de todos estos ingredientes, sin enriquecimiento de ningún tipo: ni una cebollita picada, ni un poquito de vino, ni un perejilito. Y echamos de menos la canónica presa de pescado. Cuchareábamos ingentes cantidades de mariscos, pero meramente cocidos al vapor. No: una paila marina es algo considerablemente más picaresco, colorido y sabrosón. Al debe, la paila.
Quizá debiéramos haber pedido ese congrio frito que desfilaba apetitosísimo a otras mesas (no lo ordenamos porque era hecho con filetes de congrio, no con la presa con hueso). O ese jardín de mariscos descomunal, para 3 o más ($21.990). En fin, nos fuimos a los postres, de los cuales no quedaba casi ni uno: nos resignamos a un cheesecake de frutos rojos sin novedad.
Balance: vale la pena visitar a este Don si tiene gazuza de "frutos del mar" y un Waze u otro artilugio para no perderse.
Av. El Roble 1190, Recoleta. 2 2621 1838.