De la cocina del Omertá, en esta ocasión, sale olor a quemado. Y ya ha pasado más de media hora de la toma del pedido, en un restaurante VACÍO (luego llegó otra mesa con dos comensales). Mientras tanto, gracias al tiempo regalado por la eterna espera, se ve a alguien en la barra olisqueando algo líquido que, indeciso, le hace oler a otros miembros del personal (Mister: si usted tiene dudas, el cliente de seguro también. Siga su intuición y a la basura mejor).
Durante este largo pliegue temporal, al parecer, y es lo que parece, solo el mozo asume la carga de los nervios con hidalguía. ¿Hay alguien a cargo? La respuesta es la siguiente: debido a la espera, y como una atención, finalmente llegan dos pizzas margarita en vez de una, para uno de los comensales. ¿Para qué? ¿No habría sido mejor, en vez de duplicar el pedido, por ejemplo, regalar el postre? Y antes de seguir, hay que estar claros de que no es un pecado tener una crisis -aunque si la masa no leuda o el horno es mal manejado... y es una pizzería-, pero lo que sí es grave es no saber resolverla. O identificarla.
En fin. Omertá es el nuevo ocupante de un lugar que parece puerta giratoria. Que partió con comida al paso de corte oriental, que luego tuvo... otra pizzería (harto decente) y, luego, uno de esos proyectos de cocina chilena re-vi-si-ta-da que era más que digno, hasta la actualidad.
Para empezar, una panera con pan gomoso. Y es una pizzería.
Luego, un muy bien aliñado carpaccio ($7.900), con abundante rúcula y harto parmesano. No se nota pobreza en el uso de insumos de calidad, lo que también ocurre con las pizzas, pero se caen en los detalles. En este caso, unos arbolitos de coliflor "fritos" que estaban tan gomosos como el pan de cortesía. Como dicen los británicos, el diablo está en los pequeños detalles. Y de comparsa, unos arancinis ($3.900), unas bolitas de arroz fritas, que en la carta se ofrecen con tomate asado, ajo asado y pimentón, pero que en su interior eran dignas de colación de enfermo de clínica. Se dejaron dos, y de la cocina preguntaron la razón a través del diligente mozo. En estos casos, se les sugiere que en vez de hacer una especie de cónclave a posteriori en la cocina (se veían por la ventana), podrían haber venido a la mesa directamente a consultar.
Luego fueron las pizzas. Una margarita ($5.900) muy sabrosa, de masa delgada, pero con los bordes quemados. Lo mismo pasó con la otra solicitada: bien con su mezcla de tocino rústico y yema de huevo, pero definitivamente quemada en los bordes.
Para solicitar la boleta hubo que mantener el brazo en alto un buen rato, porque -aparte del mozo, que hizo bien su pega todo el rato, con hartas disculpas además- el resto del personal de Omertá no estaba mirando a sus clientes, sino que estaban en lo suyo.
Y ese fue el gran problema en esta azarosa visita: porque el ingrediente vital de un restaurante es uno, y se llama empatía.
Constitución 140, 2 32329686.