Conocemos a los equipos que acompañarán a Sebastián Piñera, pero nos falta saber una cosa muy importante: el estilo que él mismo adoptará a partir del 11 de marzo sigue siendo una incógnita. Desde que hace un año anunció su candidatura presidencial se lo ha visto más pausado y humilde. ¿Será ésa una actitud dictada por las circunstancias pasadas, y pronto veremos que recae en los defectos que perturbaron su gestión anterior? Las recaídas son peores que la enfermedad inicial. Cabe, sin embargo, que estemos ante un cambio más profundo, llamado a prolongarse.
Piñera cumplió su promesa y eligió equipos ministeriales más políticos y experimentados. Bien, pero ¿qué hará con ellos? ¿Trabajará de la misma manera que en 2010? ¿Mantendrá intacto, por ejemplo, su famoso modelo de encuentros "bilaterales"? Esas temidas reuniones donde los ministros tenían que presentar un PowerPoint con metas, gráficos y estadísticas, sacaron más de una lágrima a gente muy conspicua. Cuando quiere, Sebastián Piñera puede ser implacable ante las excusas o improvisaciones.
El modelo de las bilaterales tenía algunas ventajas: con Piñera se sabía quién mandaba. Además, a los cinco minutos de cada reunión quedaba claro que su conocimiento de todos los problemas del país era asombroso. Y es bueno que la gente admire a su jefe. Así logró imponer entre sus colaboradores un ritmo de trabajo muy diferente al habitual en las dependencias estatales.
Sin embargo, el estilo de "Presidente sabelotodo" más "colaboradores cumple tareas" produce efectos no deseados. Un ministro no puede ni debe ser un frenético ejecutor de tareas predeterminadas, y menos si se trata de una persona madura y experimentada en estas lides. Un buen secretario de Estado requiere tiempo para pensar, escuchar, anticiparse al futuro y detectar los problemas antes de que crezcan. Fue lo que falló en 2011 con el movimiento estudiantil: como no estaba en el libreto, no se lo tomó en serio y se enfrentó de manera inadecuada. La futura disputa con el Frente Amplio exigirá ministros con iniciativa y espacio para conducir.
Es posible que, como en otras oportunidades en su vida, Piñera esté esperando al último momento para definir qué estilo adoptará en su relación con sus colaboradores. No obstante, esta decisión constituye una cuestión que determinará el modo en que ellos mismos van a trabajar. Todos recordamos los tiempos en que había una multitud de ministros haciendo una infinidad de cosas simultáneamente. No es un recuerdo grato.
Esa mala experiencia muestra la necesidad de priorizar, con unas prioridades que no estén celosamente guardadas en el cerebro presidencial. Al establecerlas de manera clara, los chilenos sabremos bien cuáles son los principales compromisos del gobierno y, por tanto, con qué vara vamos a medirlo. Pero en esta ocasión la vara la pondrá el propio gobierno, que controlará la agenda, y no la calle, como muchas veces sucedió en la experiencia anterior.
Así, a las infinitas y variadas demandas de los movimientos sociales, el nuevo gobierno podrá oponer una respuesta clara y comprensible: "vamos a abordar estas materias (niñez, tercera edad, Araucanía, etc.) porque son las más importantes". Mostrará, en los hechos, que está cumpliendo un mandato popular.
El estilo que adopte el Presidente influirá también en un punto delicado, la comunicación. Para poder decir las mismas cosas con distintas palabras, y conseguir que parezcan siempre nuevas, hay que tener la precaución de llamarse Pablo Neruda. No es el caso. Piñera dice cosas verdaderas, pero el tono, formato y contenido de sus exposiciones públicas es muy parecido. Si a esto se agrega que a cada discurso le sobran 5 minutos, tenemos el curioso resultado de que una persona que se caracteriza por tener mil ideas en la cabeza termina por parecer no sólo que dice lo mismo (lo que está bien), sino del mismo modo.
El hecho de contar con ministros experimentados permite descentralizar la comunicación. Y un mensaje claro y coherente transmitido con voces y estilos diferentes no cansa. Descentralizar la comunicación no es fácil y significa correr muchos riesgos. Pero si hay alguien en Chile para quien la dificultad y el riesgo son tan connaturales como el café a la hora del desayuno, esa persona es justamente Sebastián Piñera.