En las últimas semanas hemos asistido a un empeño por revitalizar el ala liberal de RN. No es mala idea, si se tiene en cuenta que la tradición liberal es una de las que componen la derecha. Además, esos esfuerzos pueden estimular un debate ideológico que enriquezca a ese sector político y ayudan a alejar malas ideas que están circulando, como la de restaurar la pena de muerte.
Con todo, algunos de estos intentos parecen tener en común una característica bien sorprendente. Para decir que son liberales, destacan sus posturas progresistas en la llamada agenda "valórica" (ignoro quién fue el infausto inventor de esa palabreja, que aparece a cada rato en la prensa nacional). Esta idea de que, para ser liberal, hay que promover la posibilidad de matar a la gente antes de su muerte natural, o hay que cambiar nuestra concepción del matrimonio, es una de las cosas más raras de la época presente.
En efecto, si algo caracterizó al núcleo más duro del liberalismo fue la idea de que había principios que eran intocables. La vida inocente o el sentido del matrimonio estaban, precisamente, entre esos bienes que eran indisponibles. Recomiendo leer, por ejemplo, "Kant: liberal y antirelativista", de Alejandro Vigo (disponible en la página del CEP) para hacerse una idea de las coordenadas intelectuales en las que se movía el más grande de los liberales.
Por eso, lo primero que hay que preguntarse cuando se trata de revitalizar el liberalismo es: ¿Cuál de todos? ¿El verdadero o el pirateado? Porque buena parte de las propuestas que hoy pasan por liberales harían encanecer de horror las pelucas de los liberales clásicos. Hay un tesoro de propuestas de los grandes autores liberales, que están esperando ser redescubiertas, y cuyo valor e interés intelectual es muy superior a la moneda que hoy circula como liberalismo.
Entre las peculiaridades de esa mala fotocopia de liberalismo que transita por ahí está la afirmación de que resulta una incoherencia ser partidario de la economía de mercado (liberal en lo económico) y no acoger al mismo tiempo el liberalismo moral.
Esta idea es doblemente errónea. En primer lugar, malentiende el liberalismo moral. Si de algo pecaban los liberales clásicos fue de puritanos. Su moral era, en algunos sentidos, más estricta que la que defendían los conservadores, que en nombre de la tradición eran bastante más permisivos en ciertos puntos que sus adversarios liberales.
El segundo error consiste en una inadecuada comprensión de la economía libre. Lo ilustraré con un ejemplo futbolístico: todos sabemos que resulta muy importante que los delanteros tengan iniciativa y creatividad, pero esas cualidades en ningún caso pueden incluir el tomar la pelota con la mano o golpear al arquero contrario. La noción misma de iniciativa supone el respeto de ciertas reglas, de lo contrario se habrá estropeado el juego.
Con la economía libre sucede lo mismo. Ella solo funciona si está apoyada en ciertas reglas que no son modificables según el gusto de los jugadores. Así, por ejemplo, si en nombre de la libertad económica alguien defendiera el derecho de los millonarios del primer mundo para alquilar vientres en el sudeste asiático, todos le diríamos que no ha entendido nada, pues pretende colonizar con la economía campos que están más allá de la compra y la venta. Ciertamente, uno de los méritos del liberalismo clásico reside en reconocer diversas lógicas en la realidad. A diferencia del totalitarismo, no pretende reducir toda la existencia humana a un mismo parámetro excluyente. Precisamente porque la libre iniciativa es esencial para la economía, ella no puede entrar a disponer sobre los supuestos que permiten que la economía sea posible.
Tan bien entendían esto los liberales clásicos, que en la famosa Declaración de Virginia (1776) se afirmaba solemnemente "que ni el gobierno libre, ni las bendiciones de la libertad, pueden ser preservados para un pueblo, sin una firme adhesión a la justicia, la moderación, la templanza, la frugalidad, y la virtud, y sin un frecuente retorno a los principios fundamentales".
Bienvenida sea la revitalización del liberalismo, pero no da lo mismo los nutrientes que se le pongan a ese árbol. No es igual alimentar el intelecto y el corazón con Kant, Tocqueville, Andrés Bello o Raymond Aron, que ingerir la última idea que anda circulando por Twitter. Quizá por ahí haya que buscar la causa de la pasmosa escasez de genuinos liberales que se aprecia en nuestro tiempo.