Se llega a este lugar sorteando la basura repartida por la vereda, en calle mal cuidada de pueblo que tuvo mejores tiempos... ¿Mal comienzo? No tanto: uno hace el esfuerzo y lo vale. Porque la casa es de nobles líneas burguesas, bien tenida. Y, puesto que alberga a "locos", ella misma es un poco folle: el primer piso no se usa sino como acceso al segundo -el premier étage, muy a la francesa- donde están los comedores (botaron los tabiques, solo quedan las vigas: bonito). Nosotros preferimos aposentarnos en la simpática terraza casera, sin aspavientos "interioristas", defendida de las fealdades exteriores por arbustos, rejas y flores.
La carta anuncia sus platos franceses con buena ortografía. Cosa rara en este país. Partimos con un gazpacho ($5.500), "rara vez pedido", nos dijo el garzón: quizá por eso se les ha olvidado la consistencia de esta sopa fría, que no es crema ni, mucho menos, mousse, como la que nos trajeron, sino sopa-sopa. Con todo, el equilibrio de ingredientes fue muy adecuado: suficiente ajo, sin cebolla (en este país la cebolla cruda es capaz de matar cualquier cosa). Venía con unas heterodoxas tostadas con queso, muy buenas. Algo perplejos por esta mousse, proseguimos con un tártaro de atún ($12.500), católico y en buena porción, con su ensaladita, acompañado de dos cuencos: uno con salsa teriyaki -no le viene bien, según nosotros- y uno de leche de tigre -le viene muy bien, aunque no es leche que se pueda beber sola: demasiado salada- para que el comensal aliñe a su gusto. Con adornitos de colores por aquí y por allá, bien.
Fondos: unas crêpes de mariscos que eran una sola ($12.500), con pesto de albahaca, gratinadas. El panqueque es ente lánguido, que debe venir postrado en el plato, y no erecto en las puntas, como este: si al calentar el panqueque se le tuestan las puntas, se lo desecha y se sirve otro. Voilà. El relleno necesitaba un poquito más de crema para integrarse bien, pero el conjunto fue agradable, y de buen tamaño, con el reparo ya mencionado, que no es menor: la buena cocina se hace de detalles. ¡Detalles, esmero, espíritu de perfección!
El otro fondo fue calamitoso: un "wok de mariscos" ($13.500) saltados con, según la carta, toques thai y haitianos, combinación harto problemática. Resolvieron el problema ahogando los mariscos en abundantísima crema con aroma a coco, que arruinó irremediablemente el conjunto. De "wok" no tenía nada. Y las verduras venían, más que cortadas, masacradas en trozos enormes, duras, crudonas (mucho ¡apio!, cebollín, etc.). En fin: dos finos postres redimieron este desastre: una perfectísima crème brûlée y un delicado panqueque con compota de frutos rojos (ambos a $4.200): lánguido y blando, esta vez. Bien.
Suelen cantar ahí selectos grupos juveniles. Ojalá la cocina estuviera parejamente a su altura. Buen servicio. Merece una visita.
Blanco 151, Papudo, 9 5006 2874.