Benedicto Muñoz está en su galpón, rellenando bidones de plástico de cinco litros con el pipeño que produce de las siete hectáreas de uva país que tiene por ahí mismo, en el kilómetro 22,5 de la Ruta de Los Conquistadores, en el Maule. "Tres mil pesos el litro -me dice- pero primero tiene que probarlo".
Muñoz ha producido vinos toda su vida, pero sólo desde hace unos veinte que los vende a los que viajan entre Loncomilla y Cauquenes, por la Ruta de Los Conquistadores, en medio de cerros y bosques de pinos, teñido de viejísimas parras de país y también de carignan, una zona fundamental para entender al valle del Maule y sus tradiciones.
Y no. Por cierto que no hay aquí ni hoteles de lujo ni tampoco restaurantes con menús diseñados por chefs de la televisión, sino que sólo una ruta enológica que se interna entre los montes y, de tanto en tanto, pequeños productores que anuncian con carteles escritos a mano sus pipeños, sus blancos y la chicha dulce cuando es temporada. Y los producen y venden ahí mismo en sus casas, donde lo han hecho siempre. "Para qué le voy a mentir, es casi puro país con un poquito de cabernet que tengo", me advierte Muñoz, mientras me da de probar en un pequeño vaso plástico su pipeño, un tinto de color rojo intenso y lleno de sabores refrescantes. Le compro los tres litros de inmediato.
Cuando la ruta comenzó a ser pavimentada, a comienzos de los años 90 -me cuenta José Arias, otro de los productores a orillas del camino, en el kilómetro 17,5- la gente empezó a poner carteles ofreciendo sus vinos. "Antes producíamos para nosotros, pero luego la familia González y Don Lolo, aquí cerca, comenzaron a venderle al público. Y nosotros también lo hicimos".
Arias tiene algo de cabernet, pero principalmente país que envasa en bidones de plástico y que vende a $3.500 pesos los cinco litros. Es un vino que no tiene intervención alguna. Como todos sus vecinos, lo produce como lo ha hecho su familia desde siempre, en lagares de madera y luego de decantarlo, lo envasa en los bidones. Sólo hay uva allí. El único atisbo de tecnología es la máquina despalilladora que separa el escobajo de los racimos y que ha venido a reemplazar a la zaranda, la reja de coligües que antes servía para realizar esta tarea.
La oferta de vino artesanal se concentra en los primeros treinta kilómetros de la ruta, saliendo desde Loncomilla. El pavimento está en perfecto estado y, aunque es verano, no se trata de una ruta muy transitada, así es que uno se puede dar el tiempo de parar sin problemas y probar los vinos. Como, por ejemplo, en el kilómetro 21, con la familia Salgado. El hijo es el que hace el pipeño, y su mamá la que lo vende. Un cartel escrito a mano, en el umbral de su casa de madera, dice "Vinos Valles del Palhua" que es su marca comercial. De entre sus vecinos, este es el puesto mejor establecido, con sus bidones convenientemente etiquetados y dispuestos en lo que podría definirse como estantería. Pero el vino es similar a los demás, la misma deliciosa rusticidad y esa fruta fresca, viva e intensa de los ricos pipeños del Maule. Y sí, el bidón de cinco litros también cuesta $3.000.
Por estos lados, si se busca con calma, aún es posible que les vendan azúcar por gramos, aceite a granel saliendo a borbotones de un tambor de lata o crema de ají en bolsas plásticas. Pero la cultura del granel ya casi ha desaparecido. En este camino, sin embargo, y gracias a los productores de pipeño y chicha dulce que flanquean la ruta, el granel se mantiene como una vieja postal que nos recuerda una parte fundamental de las tradiciones del vino chileno.
El único atisbo de tecnología es la máquina despalilladora que separa el escobajo de los racimos y que ha venido a reemplazar a la zaranda, la reja de coligües que antes servía para realizar esta tarea.