Recordará, Madame (Ud., que no se le va ni una), que al recibir en el Vaticano a unos chilenos, Pío IX los saludó diciendo: "Beati, chilensis, qui manducant charquicanem" ("Felices los chilenos, que comen charquicán"). Rememoraba el Papa su estancia en Santiago, cuando comió charquicán hasta casi perder el sentido. "Se non è vero, è ben trovato". Porque se puede aplicar a los felices "puchuncavenses", que pueden ir a manducar cuando quieran a La Palmera.
Para Ud. y sus amigas, que se van a la "Región V norte", como decía un relamido hace unos días, o sea, Marbella, Maitencillo, Laguna, Cachagua y derivados, Zapallar y Papudo, el restorán La Palmera, sito en Puchuncaví, puerta de entrada a todos esos lugares, ha sido un verdadero descubrimiento para este catador. Bueno, bonito, barato, "bundante". ¿Qué más se puede pedir?
Nuestra cazuela de vaca ($3.500) fue perfecta en ingredientes y aliño: trozo de costilla, estupenda papa. En vez de arroz, una pasta chica que llaman "ojos de diuca". No se perdonó ni una gota de caldo. Eso, de primero, como debe ser.
Y luego, una humita en olla descomunal de grande (un desbordante plato hondo; $3.500), perfecta en textura, aliñada con un poco de ají verde: una delicia.
Las prietas ($4.500) que vinieron a continuación son del Lucho (Luchito, para los amigos), que tiene su fábrica a unas 4 cuadras de distancia. Son unas prietas fuera de serie: sazonadas muy delicadamente, el aroma que predomina es el de la cebolla diestramente cocinada. Nos recordaron las prietas francesas, que no tienen el agresivo aliño de las nuestras (color, orégano, ajo, comino), sino que van mezcladas con puré de manzanas, o crema, o castañas y coñac... Con sus papas parás de vieja raigambre talquina.
Ah, la carne a la cacerola ($6.000)... No se sabe qué alabar más, si su inmenso tamaño, si su aliño prodigiosamente equilibrado, si su blandura y textura...O sea: una cazuela de vaca seguida de una carnecita guisada: ¿se puede pensar en algo más chileno, más mesetero y de tierra adentro? Y eso que estamos a un par de kilómetros de la costa. Es decir, el país retratado de cuerpo entero. Pero para los nostálgicos de bichos marinos, había también merluza frita. Otro comensal, con aspecto extranjero, la pidió.
Y para qué hablar de las guatitas a la jardinera, y la pulpa de chancho al horno (unos trozos descomunales), que se partía con solo clavarle la mirada.
En fin. De postre, arroz con leche, bien a la chilena, aromatizado con canela en rama y en polvo, y frutillas (de las que se cosechan a un par de kilómetros, hacia Rungue) con crema. $1.200 cada postre.
El lugar brilla de limpio. Ordenado y bien puesto. Y el servicio de la amable Jacqueline, espléndido: estaba al aguaite, para saber qué hacía falta, sin acercarse a interrumpir. ¡Qué lugar fantástico!
Latorre 402, Puchuncaví, 9 42475072.