El pesimismo ha sido descrito como un estado mental que suele transformarse en una actitud y una mirada de la realidad que obstaculiza el normal desarrollo emocional de los niños. Es diferente que sentirse triste cuando ha sucedido un hecho que significa una pérdida objetiva, lo que explica la tristeza como estado de ánimo predominante. Es una tendencia a focalizarse en los aspectos negativos y en temores acerca de problemas que puedan afectarnos en el futuro. Tiende a ser muy invasivo y generalizado en el pensamiento de quienes son pesimistas, sean niños o adultos. Afecta distintas áreas de sus vidas y es además muy contagioso: cuando alguien enfrenta una situación de manera pesimista, contagia a quienes lo rodean, influyendo negativamente en la búsqueda de soluciones. Se atribuye a Sir Winston Churchill el haber dicho: Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad; un pesimista ve una calamidad en cada oportunidad.
Dejarse invadir por pensamientos negativos en relación al futuro desenergiza y le resta felicidad al momento presente. No se trata de no anticipar las dificultades, por ejemplo, no llevar paraguas cuando el cielo amenaza lluvia, pero no ir a un lugar porque eventualmente podría llover es dejarse atrapar por una lógica depresiva.
En la excelente novela de Isabel Allende Más allá del invierno, uno de los protagonistas, Richard, es aconsejado por su mejor amigo: Qué sacas con pensar en el futuro. Las cosas siguen su curso y tú no tienes control de nada, relájate hermano, era el consejo cien veces repetido de su amigo. Lo acusaba de vivir en perpetua conversación consigo mismo, mascullando, recordando, arrepintiéndose, planeando. Decía que solo los humanos andaban centrados en sí mismos, esclavos de su ego, observándose, a la defensiva aunque ningún peligro los amenazara.
El pesimismo es un estado del yo que lleva a mirar en forma sesgada solo los aspectos negativos y que tiende a inmovilizar. Es caer en la tentación de dar vueltas y vueltas sobre las dificultades, sin intentar buscar soluciones a los problemas. Es una especie de rumiar en forma compulsiva los problemas que uno tiene.
A veces los adultos estimulamos sin querer el pesimismo en los niños y adolescentes, centrándonos en señalar todo lo que está mal o no funciona, sembrando temores acerca del futuro y poniendo en duda las potencialidades de los niños. Por sobre todo, hay que evitar traspasar a los niños los estados de pesimismo de los adultos. ¦