De todos los miembros del gabinete del futuro gobierno, hay uno especialmente significativo: Alfredo Moreno.
¿Cómo entender que un dirigente empresarial -uno de los más relevantes- sea el encargado del Ministerio de Desarrollo Social?
A primera vista es difícil de entender, pero a poco que se reflexione salta a la vista su sentido.
Alfredo Moreno es un empresario preocupado de lo que suele llamarse "iniciativas sociales". Junto al tiempo que dedica a la obtención de su renta y a los caballos que cría con esmero en Melipilla (y alguno de los cuales regala a la realeza británica empleando la misma sonrisa amable con que ayuda a los desvalidos), presidió la Fundación Teletón y participa de varias iniciativas de ayuda a sectores maltratados por la desigualdad o la mala fortuna. Una de sus iniciativas en la CPC consistió, por ejemplo, en apoyar operaciones de catarata a ancianos jubilados que no podían financiarlas por sí mismos. Se le vio con la Presidenta Bachelet sonriendo junto a quienes comenzaban a ver de nuevo.
Y es que Alfredo Moreno es un representante -quizá involuntario, porque este tipo de personas no eligen su identidad, sino que la llevan- de lo que pudiera llamarse la derecha compasiva.
La derecha compasiva es consciente de las desigualdades inmerecidas; pero en vez de detenerse en las causas que las configuran y que las acentúan, prefiere detenerse en la actitud benevolente que hacia ellas deben poseer los favorecidos por la fortuna. La derecha compasiva se detiene nada más que en el presente (en este sufrimiento, este tropiezo, esta desigualdad lacerante, estas cataratas), pero descuida el futuro (cómo evitar que cosas semejantes se repitan) y, desde luego, no le interesa el pasado (cuáles son las causas de que este tipo de cosas ocurran). La preocupación estructural por el futuro le parece utópica y la atención al pasado, inútil. La derecha compasiva, cuyo espíritu es el de Moreno, combina la sensibilidad aprendida en el Colegio San Ignacio con la sagacidad empresarial que le enseñó Chicago. Este tipo de derecha combina un credo conservador conforme al cual las injusticias son el precipitado de procesos que no es dado a la voluntad humana controlar del todo, con una actitud benevolente hacia el sufrimiento humano. Es probable que su frase preferida sea esa del evangelio que afirma que siempre habrá pobres entre vosotros. Y la que prefiere saltarse sea aquella que invita a despojarse de todo para seguir el mandato evangélico.
Y es que para el derechista compasivo, la riqueza que posee es la condición de posibilidad de su benevolencia.
¿Le hará bien este enfoque al gobierno de Piñera?
La agenda de Piñera, con la que se ganó la confianza de la ciudadanía, incluyó una especial preocupación por los grupos medios surgidos al amparo de las transformaciones y el bienestar del Chile contemporáneo. Y es probable que la designación de Alfredo Moreno persiga atender las demandas de esos grupos; pero ¿logrará un derechista compasivo que, por decirlo así, atesora con igual fuerza las enseñanzas de Alberto Hurtado con las de M. Friedman estar a la altura?
Lo más probable es que no.
No se trata de talento, sino de comprensión. La derecha compasiva arriesga malentender el Chile contemporáneo. Así como ciertos grupos de izquierda necesitan erigir enfrente suyo un pueblo necesitado de redención como única forma de ejercitar la conciencia de vanguardia que poseen, los derechistas compasivos necesitan contar con personas necesitadas para estar a la altura de la bondad fugaz que anhelan ejercitar.
Pero esa no es la realidad de las mayorías de hoy.
Los nuevos grupos medios que han surgido en Chile -y que configuran una nueva cuestión social, para usar la expresión que se empleó a inicios del siglo XX, cuando asomó el proletariado en las ciudades- no anhelan compasión, sino justicia. Quienes han experimentado cambios de relevancia en sus trayectorias vitales en apenas dos décadas, no anhelan que se les atienda, sino que se les den oportunidades; no apetecen sonrisas comprensivas de su situación, sino reconocimiento del valor de sus trayectorias; no quieren agradecer, sino simplemente aceptar lo que sienten que les corresponde.
Es por eso que la designación de Alfredo Moreno es el primer síntoma de que Sebastián Piñera se ha dejado llevar por su pragmatismo de lo inmediato más que por la mirada de largo plazo.
La sonrisa de Moreno funciona bien con la realeza británica que recibe caballos de regalo o con los ancianos necesitados de ayuda para ver la luz; pero es difícil que con esa actitud se gane la confianza de los grupos medios que en estos años han hecho la experiencia de la autonomía y que anhelan no benevolencia, sino reconocimiento.