En Chile se va a un restaurante chino buscando una zona de confort a la cantonesa, con todo reconocible en la carta y sin sorpresa alguna. O sea, bien fome. En cambio, si quiere sufrir un maravilloso trastorno cognitivo y quedar paralelo (como diría Papelucho) y no saber qué hacer frente a puras novedades y rarezas, este es su desafío. Ubicado en calle Exposición, más o menos a la misma altura del célebre restaurante El Hoyo, se encuentra este local de tres pisos que ofrece otra faceta de China. Una de OMG.
Ya al entrar se ve una pecera con una langosta. Y en algunas de sus mesas ese círculo móvil de vidrio también conocido como Lazy Susan, donde se ponen los platillos al alcance de todos. Sumado a esto una carta con algunas fotos no más, y con decenas descripciones que a veces clarifican casi nada, es mejor lanzarse al enigma. O pedir proteínas reconocibles, como el pato (que no había), y evitar otras como la medusa (que este servidor no recomienda, por gomosas experiencias pasadas).
Entonces, vamos por dos alucinantes recomendaciones que ya valen la visita. Primero, una legión de camarones al vapor ($12.000) con mucho, pero lo que se dice mucho, ajo (y pizcas de cebollín). ¿Qué diría Pilar Sordo de alguien que se come esto? ¿Qué es alguien que huye del compromiso o que busca hacer huir a la persona que lo quiere a uno? La verdad, es un día como mínimo con hálito antivampírico. Y muchos litros de líquido a posteriori. Pero lo vale. No hay plato semejante en la capital, como también ocurre con la otra sorpresa: jaibas fritas ($9.800). Cubiertas de un reboso especiado y servidas en trozos, machacadas, se constata que la capazón queda menos dura y es rompible en las patas, por lo que el llamado es a atacar sin pudor ni vergüenza.
Ya con estos ejemplos queda en claro que este es un restaurante para amantes de los documentales de Netflix y para exploradores del sabor. Porque tampoco es un sitio elegantoso ni fancy. Y si algo salió medio raro, es parte del juego no más.
Para continuar, una montaña de arroz chaufán con abundante huevo, arvejas, choclo y camarones ($7.800). Un reencuentro con una guarnición en regla (que ahora les ha dado con hacerla con mortadela en algunos sitios rascas, la verdad). Y unas verduras también salteadas, primas hermanas del ciboulette (kongxingcai, $4.500), ligeramente amargas. Cerrando las opciones, un bol con tofu blando mezclado con centolla y abundante jengibre ($6.800), finito y suave, pero que quedó en segundo lugar tras los camarones y las jaibas, hay que decirlo.
Para acompañar, agüita sin gas o té es lo recomendado. Nada de "maridajes" occidentales. Se tuvo que pedir una carne mongoliana sin ají (qué vergüenza), para el mañoso que nunca falta, siendo que también tienen cabeza de pescado, pescados enteros al vapor, patitas y orejas de chancho, chunchules, melón amargo y pepino de mar. Un paraíso para el antropólogo interior.
Exposición 312, Santiago. 226891395.