Vincularse un restorán nuevo con uno de los grandes de Lima tiene grandes riesgos: el comensal avisado espera encontrar ahí algo que le recuerde las excelencias del grande cuyo nombre ha salido al ruedo. Es el caso de Karai, cuyo chef ha trabajado en el Maido limeño. Luego de haber conocido Maido hace algunos años, antes -debo advertirlo- de que aparecieran excesos de espumas y piedras y, paradójicamente, de minimalismos, y de haber disfrutado ahí de una espectacular cocina nikkei (ah, aquel roll de lomo saltado...), nos hemos encaminado al Karai.
La experiencia fue, considerando todos los aspectos atingentes, de dulce y de agraz.
Nos presentamos puntualmente a la hora reservada, cuando todavía había poco público, y fuimos recibidos atentamente. Entradas: unos Karai spring rolls (cinco, de buen tamaño, $6.900), rellenos con un fino picadillo de mariscos y acompañados de un potecito con una rica salsa de aroma cítrico; y un Nikkei Philly Cheesesteak ($6.900), que aspira a hacer un mestizaje tomando como base el famoso Philly Cheesesteak de Filadelfia: esta versión nikkei resulta ser un pequeño bollo alargado, de la forma y tamaño de un éclair chico, relleno, como quien rellena un mini hot dog, con un picadillo de carne, cebolla, queso, papas hilo... Nos trajo por un momento a la mente esos estupendos baos que se comen en el Barrio Chino de Lima. Pero no: no había mucho en común entre ambas cosas, salvo la cocción al vapor de la masa. El relleno, por lo demás, estaba algo salado. Sobre todo, muy poco para el precio (se despacha en dos bocados).
Fondos. Nos fuimos derecho al arroz con pato ($17.900), señalado en la carta como propio de Maido. Aquí la principal -si no la única- novedad es el empleo de una salsa sansho, que lleva pimienta de Sichuan, muy agradable y picantita. El pato en este plato siempre ha ocupado, a nuestro juicio, un lugar secundario frente al protagonismo de ese soberbio arroz que recibe todos sus jugos y perfumes. En este, ay, faltaba el aroma del cilantro, sin el cual un arroz con pato no nos parece tal. Perdón, pero así es. Y catamos también un fantástico pecho de cerdo, con tacuchaufa (curioso nombre para la base de arroz) y salsa ankake chifera ($14.900), que vale cada uno de los centavos de esta cifra, y aún más.
Postres. Merengado de chirimoya en que lo que menos había era chirimoya y una buena crema volteada (ambos a $ 6.900).
Pero ¡el servicio! Comenzamos bien, y a medida que se llenaba el local, fuimos totalmente abandonados. Pedimos auxilio a varios garzones de otras mesas, sin mucho resultado. ¡Qué manera de estropear una experiencia que pudo haber sido muy placentera! Es una pena tener que tomar en cuenta estos aspectos, pero en realidad no son secundarios: un servicio atento y ágil es esencial.
Isidora Goyenechea 3000, 4° piso, Hotel W.
2 2770 0081.