Mientras Chile Vamos selecciona equipos para gobernar, la centroizquierda mastica el polvo de la derrota como nunca antes debió hacerlo. Más allá de las lamentables recriminaciones y de las instancias disciplinarias, por ahora, el debate en este sector se centra en tres frentes: las causas de su derrota electoral y política, el tipo de oposición que se hará y su política de alianzas.
Me temo que mientras el debate se mantenga solo en esos tres frentes, que tan poco atraen a la ciudadanía, los partidos que conformaron la Nueva Mayoría no lograrán ponerse en forma, a menos que el Gobierno de Piñera cometa errores de tal magnitud que el aire vuelva al cuerpo producto de la voluntad de alternancia, una que también podría desviarse en favor del Frente Amplio.
Es probable que una de las claves más fructíferas para empezar a pensar en el futuro esté en mirar no las causas de la propia derrota, sino las razones del triunfo adversario. Al final fue Piñera quien logró entusiasmar y convocar más votos de lo que era de suponerse y no Guillier quien obtuvo menos preferencias de lo esperado. ¿Cómo lo logró? Siendo muchas las razones y las hipótesis que pueden explicar la remontada del Presidente electo, una de las más convincentes es que, a la promesa de crecimiento económico, con la que naturalmente se le identificaba, supo, en la segunda vuelta, añadir un relato creíble acerca de para qué quería ese crecimiento. Logró desprenderse del ropaje de empresario capaz de una gestión eficiente para irse recubriendo con la imagen de un líder político que tenía un proyecto de un país más justo. Distribuyó bien el juego entre múltiples liderazgos y prometió crecimiento para una sociedad más equitativa.
Crecimiento con equidad o más bien para la equidad fue siempre la divisa electoralmente ganadora de los 20 años de Concertación y lo fue ahora para Piñera, quien se apoderó de ella. Las elecciones terminan siempre favoreciendo a quien logra ocupar el centro.
Si en la oposición no se crea un polo que vuelva a representar creíblemente esa fórmula de crecimiento para la equidad, la derecha podrá seguir expandiéndose en un terreno donde nadie le dará batalla.
¿Podrá toda la centro izquierda moverse en esa dirección? ¿Puede un polo social demócrata pretender hegemonía frente a sus aliados más de izquierda? Ciertamente no y eso puede comenzar a definir la política de alianzas. ¿Serán dos los bloques opositores? Parece inevitable. Si son dos los grupos, la subsistencia de cada uno pasa por respetarse mutuamente como opciones legítimas, competitivas y colaborativas. La demonización de unos por otros no llevará sino al debilitamiento de cada uno. La Nueva Mayoría ha sido derrotada y nada indica que la mantención de ese bloque, con sus inevitables diferencias internas pueda mantenerse sin más. La falta de sensibilidad y cuidado entre sus miembros fue una de las razones que la llevó a ser una alianza de un solo gobierno y terminar en una derrota electoral y política contundente. Las dos almas de la Concertación son una vieja grieta en la centroizquierda que pudo esconderse varias veces bajo el estuco de un liderazgo popular indiscutido que permitió la hegemonía alternativa de un grupo u otro. Ese liderazgo ya no está. Reconocer esas diferencias y respetarlas puede ser el inicio de un camino más fértil que continuar con las descalificaciones.
La hora primera exige a cada partido perfilarse, definirse con más claridad de lo que se ha hecho hasta ahora acerca del modelo de desarrollo y de sociedad que ofrece a Chile. Ese será un proceso complejo en el que crujirán las maderas de todos los partidos de centroizquierda.
Ciertamente, no se logrará volver a La Moneda sin coaliciones amplias, pero estas no existen si no hay engrudo suficiente. El que existió se encuentra desgastado y habrá que ver cómo se puede constituir uno nuevo. Parece llegada la hora de un ciclo político distinto para los partidos que dejan el gobierno.