Seguimos descubriendo buenas pastelerías. Uno se pregunta ¿por qué no se las conoce más? De niños, recordamos que todo el mundo conocía las buenas pastelerías de Santiago. Pero vino el "progreso", la ciudad se extendió como una atroz mancha de aceite, polucionando campos de primera hacia el oriente y poniente hasta arruinarlos; se abandonaron barrios estupendos por el prurito de huir hacia la cordillera (Santiago va camino de ser un barrio de Mendoza); creció y se dispersó la población hasta hacerse una masa perfectamente inhumana. Y se perdieron los antiguos hitos: poco sabe dónde están las cosas buenas (sí se sabe, en cambio, dónde están las cosas caras...).
Todo esto explica que no se corra más la voz de lugares como la Pastelería Toledo, que nos ha deparado una sorpresa estupenda. Que descubrimos desde la ventana de un edificio médico al frente, mientras esperábamos atención (los médicos exigen puntualidad, pero no atienden nunca puntualmente). Bajamos, cruzamos la calle y hétenos entrando en ella.
En el lugar se puede tomar té y hay también almuerzos tipo lunch con un menú de lo más católico. La cantidad, variedad y calidad de los pasteles es muy notable. A nosotros todo esto nos produce nostalgia y alegría a la vez, porque nos acordamos de lo que era y ya no es; pero Ud., Madame, que está en la flor de la vida, llegue ahí con sentimientos alegres y futuristas.
El chou, repollo o profiterol con Chantilly y pastelera (una pastelera perfecta) es buenísimo. Lo mismo el éclair, hecho con masa análoga y con igual relleno, más una cubierta de chocolate. El kuchen de frambuesas escapa a la maldición de los kuchenes criollos, que es el exceso de masa y de crema de maicena: este es ligero, frutoso, jugoso, una delicia. Las tartaletas, de frutilla y de otras cosas, traen una masa quebradiza excelente (el pie de limón, en cambio, no sobresale, aunque es bueno). Y en uno de los capítulos que más nos gustan y que más dicen de la calidad de una pastelería, el de los hojaldres, nos hemos encontrado con un pastel a la antigua, con manjar (casero) y pastelera, realmente fuera de serie: hojaldre fresco y crujiente.
En el capítulo de trozos de torta, catamos una de bizcocho de chocolate con nueces y licor realmente buenísimo, humedito, nada parecido a esos espantosos y abotagantes brownies que menudean por ahí. La Pompadour, en cambio, tenía un poco más de esencia de almendras que lo conveniente, pero era también de buena factura.
En fin, probamos unas muy correctas cocadas y un buen pan de Pascua (porción individual). Menos buenas las palmeras y el strudel, de masa gruesa y relleno sin pasas.
Nos cuentan que los fines de semana hacen empanadas. Ya las probaremos.
Resumen: lugar muy, muy recomendable, que lleva ahí muchas décadas. Fácil de llegar. Un par de estacionamientos al frente.
Nevería 4475, Las Condes. 2 2206 6126.