Piñera y sus partidarios pudieron celebrar anoche un triunfo mucho más holgado del que esperaban, mientras la Nueva Mayoría deberá explicarse su derrota, pues, a pesar de haber votado más gente que en la primera vuelta, la continuidad y profundización del legado no resultaron convocantes.
La voluntad popular ha sido volátil hasta niveles desconcertantes, demostrando que la ciudadanía es cada vez menos fiel a las viejas coordenadas políticas y a las posiciones de los dirigentes. Una de las manifestaciones de ello es que le dio al Presidente electo un triunfo claro, pero hace un mes no le concedió un Congreso favorable.
Piñera anunció una y otra vez y reiteró anoche que buscaría una política de entendimiento y unidad. Es cierto que los gobiernos de la Concertación que invocó (hasta propuso hacerles un museo) tampoco contaron con mayorías en el Congreso, y sin embargo pudieron ser realizadores. Su capacidad para sacar adelante programas exitosos radicó en lograr apoyos de opinión pública que fueran imposibles de resistir para sus opositores y negociar, ampliando progresivamente "la medida de lo posible". Sin embargo, el país ya no es el de 1990. La figura de Aylwin, con la que Piñera intentó vestirse, es una espléndida imagen de entendimiento, pero porque Aylwin supo leer su momento, y esos tiempos ya han pasado y esas formas de negociar terminaron por desgastarse.
Dar con el tono del diálogo con la ciudadanía y con el Congreso de manera empática es el gran desafío del Presidente electo. Para lograrlo, no le bastará con invocar la buena voluntad y el amor por Chile. Tendrá que darle contenidos, lo que le obligará a tensionar su propia coalición, recogiendo sinceramente los anhelos de emparejar la cancha que se han manifestado en estos años. La holgura de su triunfo le permite la libertad para hacerlo. Eso no pasa por renunciar al ideario de derecha, sino por escoger los puntos que puedan generar apoyo ciudadano y parlamentario. Aunque desde la vereda del frente, me atrevo a hacer tres sugerencias:
La primera consiste en la modernización del Estado, para hacerlo más eficiente en los servicios que presta y sobre todo para aumentar su capacidad de detectar y controlar los abusos. Si Piñera quiere legitimar socialmente el modelo de su legado, tendría que terminar por convencer que el mercado funciona para abrir oportunidades a todos y refuerza la participación de la sociedad civil de manera inclusiva y no abusiva. Ello exige ser extremadamente cuidadoso con la ética y la transparencia, lo que no fue un sello de su primer gobierno.
La segunda sugerencia es actuar sin temor a los cambios institucionales, sobre la base de tejer acuerdos amplios, que traigan más y mejor democracia y acepten mayores niveles de participación. Resistirse a ello es pan para hoy y hambre para mañana.
Por último, deberá focalizar las políticas sociales en los más necesitados, debiendo explicar a la ciudadanía una y otra vez por qué es un deber de justicia priorizar a estos, postergando a grupos con más capacidad de presión. Empezó bien ayer a enfrentar este desafío.
El triunfo contundente permite a Piñera más audacia y menos miedo a hacer cambios en la estructura de poder existente que el que ha invadido por años a la derecha.