La temporada teatral cierra el año con un extraordinario montaje, "Estado vegetal" -hasta mañana en GAM-, de Manuela Infante, dramaturga chilena que lleva 15 años sorprendiéndonos con una escritura original y puestas en escena multimodales, y que junto a la compañía Teatro de Chile fue labrándose un sello con piezas como "Prat", "Narciso", "Juana", "Cristo" y "Zoo", entre otras. Obras en las que figuras o situaciones históricas servían de pretexto para enunciar interrogantes sobre la representación y teatralidad; la sutil diferencia entre el original y la copia, y la relación con las cosas inanimadas.
Lo suyo es un teatro abstracto y conceptual que toma forma, curiosamente, en un teatro-hacedor, que supera lo "temático" para ejercer una práctica dramatúrgica como un sistema viviente, en el que se cruzan fuerzas que están en el interior y exterior del texto. "Estado vegetal" corresponde a su actividad ya en solitario -antes estuvo "Xuárez" junto a Luis Barrales-, y este es un texto que coescribe junto a la actriz Marcela Salinas para interiorizarnos en las leyes del mundo vegetal.
Para conseguirlo, traza una sencilla anécdota: un hombre sufre un accidente en moto al chocar contra un árbol y tiene secuelas dramáticas. A continuación, se analiza quién tuvo responsabilidad. Entre las posibilidades surge la pregunta por el árbol y las plantas circundantes, y esa insólita opción es la puerta de entrada para ahondar en este reino, un mundo que postula otra forma de pensar, sentir, comunicarse; otra forma de ser inteligentes, otra forma de conciencia y otra noción del tiempo. Para esto, las autoras siguen los planteamientos de dos neurobiólogos, Michael Marder y Stefano Mancuso, que han teorizado sobre la inteligencia vegetal y cómo el hombre se ha apropiado de su lugar en el ecosistema.
"Estado vegetal" tiene antecedentes en dos obras de Infante. Primero, "Rey planta" (2006), monólogo basado en el caso del Rey de Nepal, que gobierna, por accidente, desde su condición tetrapléjica; un monólogo que reflexiona en torno a las paradojas del poder soberano. La inmovilidad ahora la sufre el inquieto motorista ("No- pue-do-mo-ver-me").
El otro antecedente es "Realismo" (2016), que también surge desde la filosofía y enfrenta el teatro desde un lugar no antropocéntrico, donde los objetos cobran vida propia y los actores pasan a segundo plano.
Más que una historia, con principio y fin, "Estado vegetal" se trata de un discurso que cuestiona las nociones de realidad, inteligencia, comunicación, entidad. Las ideas van adquiriendo la forma de vegetales con argumentos que se ramifican y repiten. Aparecen hablas populares junto a definiciones de conceptos de alma vegetativa o comunicación vegetal. Por ejemplo, cuando en el texto se escucha: "... Un árbol no se modera; sigue la luz sin parar en todas direcciones, ¡y al mismo tiempo! Igualito a las ciudades, por establecer algún tipo de parangón, para que me comprenda. Son... ¿cómo decírselo?, EXCESIVOS".
Al mismo tiempo, la protagonista es una multitud: un enjambre de identidades humanas y plantas. Este único cuerpo que cambia y se transmuta en varios roles, incluida la voz que recita algunos principios teóricos de la neurobiología. Este monólogo polifónico da paso a una multiplicidad de perspectivas, interpretadas magistralmente por Marcela Salinas, quien despliega versátiles recursos para comunicar el duelo de una madre por un hijo que ha perdido movilidad, la mirada de los primeros testigos, el encargado del parque, el árbol estrellado, un bosque incendiado. La autora tiene la lucidez de llevar la teoría a formas estéticas, y dice: "Ahí hubo una paradoja, porque casi todo el reino vegetal funciona como un colectivo, una sola voz compuesta por varias otras, pero nunca como un ser solo, y desde ahí el reto de ponerlas en escena me pareció inquietante".
Como en otros trabajos de Manuela Infante, en la puesta en escena podemos encontrar un sinnúmero de recursos que operan desde lo híbrido y la transmedialidad, logrando que los diversos materiales, sean lingüísticos o no, estén al servicio de un juego entre significantes y significados, creando atmósferas muy bien logradas por el diseño luminoso de Rocío Hernández e Ignacia Pizarro. En este caso, atmósferas que nos recuerdan que nuestro imaginario está poblado de imágenes del mundo vegetal: "Dormir como un tronco", "irse por las ramas", "problemas de raíz" o "la dejaron plantada". También hay escenas muy líricas acerca de la lucha entre los dos reinos: "Soy animal. Mi respuesta al mundo fue arrancar; mi condena, entonces, es el movimiento. Donde ustedes se quedan, yo avanzo. Donde ustedes plantan cara, yo evito. Yo en dificultad, me desplazo. Donde ustedes se establecen, yo invado".
Ver esta obra es quedar suspendido en el asombro, la extrañeza, la compasión, las posibilidades de comunicación entre nosotros y el reino vegetal. Verla ayuda a comprender por qué fue merecedora del premio del Círculo de Críticos de Artes de Chile como Mejor Obra y Mejor Dirección 2017.