En tiempos de tensiones políticas, dos obras abordan temas de la contingencia, la crisis migratoria y una elección presidencial, con montajes grandilocuentes.
El dramaturgo Luis Barrales junto a la dirección de Sebastián Jaña, dupla que ya ha montado "Jardín de reos", toma cuatro escenas de la pieza "Tito Andrónico", de William Shakespeare, que forman parte de una conferencia-taller que dicta Alberto, un profesor chileno radicado en Nueva York, sobre el terror y la barbarie en la obra shakespeareana, dirigido a cuatro jóvenes extranjeros: Tamara (croata), Jamal (sirio), Lucio (italiano) y Varinia (chilena). En pleno desarrollo de la exposición se produce el atentado que derribó las Torres Gemelas en 2001. La explosión de las torres se produce en el escenario también, con una pirámide de más mil botellas, rellenas con pellet plástico, que se desmorona y da paso a la inquietante instalación sonora y audiovisual a cargo de Anselmo Ugarte. Durante la función la sala oscila entre la oscuridad y una luz cegadora, con ruidos chirriantes: de ese modo entramos a la sensación de catástrofe que comienzan a vivir los alumnos con la persecución que sufren en su condición de migrantes en Estados Unidos, y en sus tierras lejanas.
Desde ese momento, en
"Matar a Rómulo" -con funciones en Centro GAM- las alusiones al terror ficticio en la época de emperador romano son equiparadas o superadas por las imágenes de los refugiados que se ahogan en el mar Mediterráneo en la actualidad o con las invasiones en Siria e Irak. Imágenes televisivas tristemente icónicas que parecieran indicarnos lo anestesiados que estamos frente a la barbarie contemporánea. El elenco, conformado por María Gracia Omegna, Moisés Angulo, Felipe Zepeda, Claudio Ravanal y Nicole Sazo, es vivaz y versátil. Claudio Ravanal lidera bien la clase devenida en tragedia personal, y Zepeda comienza a perfilarse como un interesante intérprete de la escena nacional.
Es una obra ambiciosa, que utiliza varios formatos; en esa ambición a veces es confusa, desprolija, pero su mensaje es contundente: estamos atrapados en la locura, el poder, la venganza que adquieren nuevas formas de crueldad. Habría que remecer los cimientos y fundar de nuevo las civilizaciones para tener esperanzas de un horizonte mejor.
Por otra parte, una provocadora pregunta, ¿Votaría por Karl Marx como Presidente? enuncia la nueva obra de Benjamín Galemiri que se presenta en Matucana 100.
"Karl Marx, año zero" tiene todos los ingredientes de la escritura del dramaturgo de "El coordinador": una reflexión sobre el poder, figuras masculinas frágiles e hipersexuadas, la herencia cultural judaica; todo esto con un sentido del humor desopilante. En esta ocasión, el autor de "El Capital" es transportado a nuestra contingencia, y con el desenfado característico de Galemiri, no se esboza un Marx-estatua, sino un candidato ridículo que se presenta de este modo: "El místico activo, el judío de Tréveris, el hebreo de Bellavista, el exiliado de Londres, el que fue expulsado de París, Bruselas, Alemania, apátrida".
"Estas dos obras ofrecen un espacio de reflexión crítica e insolente al eterno retorno de la historia".
La certera dirección de Heidrun Breier ("Filoctetes", "Banal") es capaz de contener este texto descomunal ensayando dinámicas fórmulas para montar las extensas didascalias, a veces en formato de coro, otras pronunciadas por un personaje individual. Los actores Samantha Manzur, Gonzalo Muñoz Lerner, Iván Parra, Eduardo Herrera, Emilia Cadenasso y Rodrigo Lisboa interpretan los distintos roles: el mecenas Engels (empresario viñamarino), su hija Eleonora, su esposa Jenny, su admiradora proletaria Helen, Porudhon, un ingenioso corresponsal que trabaja para distintos medios. Personajes de su entorno cercano que lo presionan a aceptar un rol en el que no tiene fe: "Asumo mi candidatura presidencial con espíritu de cómico resentimiento". En el nivel superior del escenario hay un coro de tres tenores. Todo esto dentro del diseño integral de Gonzalo Durán, que arma una sólida estructura de dos pisos.
Como en todas las obras de Galemiri, hay una serie de textos y subtextos que condensan heterogéneos materiales discursivos, como citas bíblicas, teorías psicoanalíticas, imágenes cinematográficas, frases mediáticas, entre otros. Materiales a veces tutelados por el formato del guion de cine, por ejemplo, cuando indica: "Indecorosos tanques de militares disparan a estudiantes escolares y universitarios, hasta que el ambiente se llena de un color púrpura rojizo siniestro y banalmente estético. Marx, bebiendo una copa de Champagne extra fino, alardea con el acomplejado Proudhon, todo esto en video HD para no asustar a nadie". Por otra parte, es hilarante el giro que se da con el personaje de Engels: "Soy Engels, el único hombre que siempre amé fue Marx, lo ayudé a hacer más soportable su prisión, desenterré de su pecho esa sensación de fracaso permanente". Y luego, aparece el cine y los referentes pop: "Fade out con la brillante guitarra y voz de Jimmy Hendrix. Fade in en la primera fila del escenario".
Muñoz Lerner encarna con mucho talento a este Marx local, que sirve para reírse de tanta solemnidad en tiempos de campaña presidencial, cuando opta por caricaturizar a la clase política como un grupo de personas mediocre, de discursos relamidos, sin valentía para hacer verdaderos cambios. Un conjunto de máscaras que repiten frases y gestos sin reflexión. Este Marx del siglo XXI, con sarcasmo ilimitado, reparte culpas a diestra y siniestra mientras entrega panfletos a los espectadores. Se burla de todos, pero también de sí mismo, y denuncia su condición de ícono manipulado: "Muchos heredarán los discursos de Marx y los usarán trocándolos en insípidos actos de patético capitalismo disfrazado de socialismo enmascarado".
Hoy están en cartelera dos obras abigarradas de citas y extravagantes en tono, acompañando la atmósfera de estos tiempos excesivos y estridentes, ofreciendo un espacio de reflexión crítica e insolente al eterno retorno de la historia.