A fines de septiembre fui al aeroparque de la ciudad de Buenos Aires para tomar un vuelo a Santiago. Ante el control de seguridad había una fila inmensa que viboreaba hasta la mitad del hall. Pensé que se trataría de una huelga o de un accidente, pero cuando me acerqué entendí: una mujer de la policía aeroportuaria gritaba: "¡Femeninos por acá, masculinos por allá!", y dividía a "femeninos" de "masculinos", dirigiéndolos hacia dos máquinas de rayos distintas. Los "femeninos" estaban apretujados, formando un tapón que impedía avanzar. Los "masculinos" no hacían fila: caminaban hasta la máquina de rayos y pasaban rápido, quizá porque eran menos, quizá porque llevaban menos equipaje, quizá por qué. Me acerqué a la policía y le dije: "¿Cuál es la
nueva ley del siglo XII que nos obliga a hacer fila por separado?". Respondió sin inmutarse: "A ustedes solo las puede
cachear personal femenino". Iba a decirle algo, pero pensé que no convenía soliviantarse con la autoridad cuando faltaba poco para subirme a un avión, y volví a la fila donde las demás me miraron como si yo estuviera loca. Mi paciencia es corta: esperé 10 minutos y volví: "Mire, necesito pasar. No tengo problema en que me
cachee un hombre". Me miró, impávida, y dijo: "No se puede. Es por su protección". "Asumo el riesgo", le dije, pero no entendió la ironía y me mandó de vuelta a mi sitio donde, una vez más, me miraron como si estuviera loca. Demoré 45 minutos en hacer los siete metros que me separaban de la máquina de rayos. Ninguna de las demás mujeres demostró molestia alguna: ni un suspiro, ni una queja. Aunque no pregunté, estaba claro que la mujer policía hablaba de protección ante posibles manoseos masculinos. Aproveché la larga espera para preguntarme cosas. Por ejemplo: si un policía no debería ser un profesional entrenado para no confundir
cacheo con manoseo, así como un ginecólogo es un profesional entrenado para no confundir una revisión de rutina con una invitación al sexo. Por ejemplo: si no es arcaica, reaccionaria, machista y retrógrada la idea de que solo un hombre puede abusar de una mujer, y si las mujeres policías que potencialmente podrían manosear a las mujeres están exculpadas. Por ejemplo: si sería menos grave que me manoseara una mujer a que lo hiciera un hombre. Por ejemplo: si en caso de que alguien decidiera manosearme no podría cuidarme sola y poner el grito en el cielo por las mías. Parece que no. Soy mujer, por lo tanto idiota, por lo tanto otros saben mejor que yo lo que me conviene, por lo tanto me hacinan, me apiñan, me hacen esperar 45 veces más que a un hombre, disfrazando de respetabilidad ideas paridas a la sombra de los dinosaurios para humillarme en nombre de "lo hacemos por tu bien".
Cuando llegué a Santiago, varios colegios de enseñanza secundaria de Buenos Aires llevaban días sin clases, ya que habían sido tomados por estudiantes en protesta contra una reforma educativa. Los columnistas de los principales diarios y los panelistas de los programas de televisión decían, airados, cosas como "a los chicos hay que escucharlos, pero hacerles entender que no pueden tomar decisiones que les corresponde tomar a los adultos"; "Los chicos no pueden pretender imponer las reglas". Yo recuerdo las cosas que pensaba durante mi adolescencia sobre los adultos que aseguraban saber mejor que yo lo que me convenía, y no eran cosas buenas. Las mejores decisiones de esa etapa fueron: a) no hacer nada de lo que los adultos me decían que hiciera y b) no aceptar una autoridad cuyo argumento más sólido era: "Lo hacemos por tu bien".
Un paneo rápido por la actualidad de aquellos días de septiembre arrojaba este panorama: en Alemania la AfD, una facción de extrema derecha, había quedado en tercer lugar en las elecciones, y por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial un partido de esa tendencia se ganaba el derecho a participar de la vida parlamentaria en ese país; en Las Vegas un hombre había disparado contra una multitud en un concierto, matando a 50 personas e hiriendo a más de doscientas antes de suicidarse. Poco antes, la FAO había anunciado que por primera vez desde 2003 el hambre en el mundo había aumentado: si en 2015 había 777 millones de subalimentados, ahora hay 815 millones. La policía española le había partido la cabeza a ciudadanos de toda edad con cachiporras y patadas voladoras durante el referéndum por la independencia de Cataluña y, a su vez, los independentistas catalanes gritaban "¡Fascista!" a personas como Joan Manuel Serrat o la directora de cine Isabel Coixet, que tienen de fascistas lo que yo de peluquera de estrellas. Esa sociedad, reglamentada mayoritariamente por hombres, sin participación de adolescentes y con escasa participación de las mujeres, es la que dice cómo debemos comportarnos. En mis términos: no es una fuente confiable.