Alguna vez hubo un restaurante ruso en Santiago (raro). También uno paquistaní (rico). Ahora surgen varios venezolanos. Y de los peruanos, para qué decir. Las migraciones vienen acompañadas de su cocina, se despliega usualmente en la misma cantidad de quienes la traen a nuestro país (haitianos, ¿para cuándo?). Por lo mismo, es muy singular y sorpresivo encontrarse con un local pequeñito, de escasas mesas, donde un par de jóvenes cocinan platos de Nepal, una culinaria influenciada tanto por el Tíbet como por India y China. O sea, una sorpresa disponible a miles de kilómetros de su nacimiento.
En este local ofrecen tanto para servirse como para llevar. Para ambos casos, hay que armarse de una paciencia budista. Y en particular si se encuentra solo uno de los propietarios (lo que fue este caso). Vaya la advertencia: si usted toma algún medicamento con estrellita verde, mejor evite esta experiencia.
Después de esperar a que pusiera las mesas (tipo 13:30 hrs), se pidieron cuatro platos, que dio lo mismo si eran aperitivos o platos principales, porque fueron llegando en la medida que fueron hechos. Primero un arroz frito con verduras, pollo y una suerte de tortilla de huevo encima ($6.350). Muy sabroso y con notas a alguna especie aromática semejante a la nuez moscada. Luego fue el turno, como veinte minutos después, de unas tortillas de harina (puritarkari, $4.850), un poquito aceitosas, acompañadas de un guiso de papas muy especiado. Veinte minutos más tarde, dos samosas muy grandes ($2.990), servidas sobre unas zanahorias ralladas algo fanés, y rellenas no solo de papas y arvejas, como las indias, sino también de maní. Grata variante, y las hay también con pollo. Para finalizar, un khana set ($6.350), que en la foto se veía como un molde de arroz rodeado de media docena de otras cosas, pero que en este caso fue un puro guiso de pollo, nuevamente sabroso, y más papas, ya por tercera vez. Se podría haber pedido alguna explicación, pero el español de quien atiende -muy gentil- no es muy abundante.
Después de hora y media ya era tiempo de volver a hacer algo parecido a trabajar. Como en el local vecino venden unos muy buenos helados, fue mejor no aguardar el postre. Y de la carta, hay que decirlo, hay también unos tallarines salteados, una sopa, y unos bollos rellenos -momo- que se ven en extremo tentadores. Armándose de paciencia, tal vez, podrían quedar para llevar a domicilio (www.kathmandu.cl), tras tomarse una agüita de pasiflora con gotitas de rescue de aromaterapia y un Armonyl.
Vicente Pérez Rosales 560, 9 9454 06414.